HABLAME EN FRANCÉS/ José Fdez del Vallado "Josef"
José Fernández del Vallado Gª Agulló. Madrid. 23/09/1962 es licenciado en la Escuela de Cerámica de Madrid. Administrativo en Bansacar. Cursa la Carrera de Geografía e Historia en la U.N.E.D. Aprendizaje durante tres años en www. taller de escritura. com. Publica el cuento de título: “Tersifón,” se incluye en el libro de relatos anual del Taller: “Vino un Chino y nos Vendió un Mechero.” Autor, también, de las novelas inéditas: “Petite Terre” 1997 “De Retorno al Atlántico” 1998. y “El Valle y la Fortaleza” 2006, y el libro titulado: “El sueño de Vicente Bernabé,” con relatos entre los años 2004 y 2006.También de las novelas publicadas: “La Esposa del Faraón 2007”; “Amalia Adela y Yo”, 2008; Libro de Relatos: “Los Ojos Grises 2009”; “Siete llaves y el Templo 2010”; “Escuela de Artes y Claudia 2010”; Semifinalista en el IV y V Certámenes de Poesía y Relato GrupoBuho; Tercero en el concurso de Relatos Cortos de Viaje Moleskín 2008 y finalista en el 2011; Ganador del Certamen de microrelatos: El Poder de la Palabra del la web “elpaiseditorial.”
Sucedió un sábado de un
fin de semana cualquiera. Por aquella época trabajaba sin descanso en un
negocio de... no importa qué...
Han pasado décadas, y
no recuerdo con claridad bastantes detalles.
Era una madrugada
oscura... No. En realidad se trataba del firmamento. Estaba impregnado de un
matiz argentino que presagiaba, tal vez, la nevada inaugural de un invierno aún
joven.
Conducía por una
carretera estrecha, con el firme en mal estado, arriesgada; y sin embargo, algo
anormal en el ambiente y que operaba en mí como si el indiscutible sentido de
la vida se inhalara en el aire, me inducía a sentirme vivo y alerta...
Cruzaba el puente del
embalse Valmayor, abrí la ventanilla y vi las estrellas titilar. Mientras, un
aire gélido, de una pureza inverosímil, me refrescó las sienes y liberó del
estrés.
Escapaba del centro de
un Madrid turbulento y navideño, y me aproximaba a la sierra, y con ello —quizá
sin saberlo— penetraba en lo que podría convertirse en el dictamen de una vida.
Recuerdo la llegada al
pueblo. Mi entrada en el local donde sabía que iba a encontrar a un puñado de
amigos, y de repente allí estaba ella, abrazada a mí animada y... borracha.
Pese a todo, no desvariaba. Al contrario, parecía estar milagrosamente lúcida.
Lo que sucedió a continuación, es algo ¿fácil
de explicar?
Siempre creí que charlamos durante horas y hoy
sé que solo se trató de breves instantes. Pensé que ella me deseaba cuando me
utilizó como frágil sostén en un momento en que dos hombres trascendentes en su
vida, peleaban por ella.
En cuanto a mí: “Ni siquiera sabes lo que quieres.”
¿Fue aquello todo lo que dijo sobre mí mientras
la amaba? Y antes, ¿qué sucedió para llegar donde lo hicimos?
Con asombro compruebo
que mi mente es capaz de evocar en la claridad de las tinieblas.
Ella... allí: sencilla
y preciosa. “De no ser por mi estatura, podría
haber sido modelo” me confesó con un orgullo inseguro.
Abstraído asentí, y fui
más lejos. A su lado, cualquier modelo de la jet set, no era más que una garza
desplumada, con patas largas y angulosas como mondadientes.
Indagaba en aquellos
ojos de transparencia verdeazulada, y con un pestañeo, trastornaban mi naturaleza.
Encontrarme a solas frente a ella, a la vez que me llenaba de gozo me hacía
sentir embarazo. Su voz clara como un cascabel; su físico, a primera vista
intrascendente, y a segunda, brillante, dinámico y maravilloso, como la dictadura
que su belleza impuso sobre mí. Sentía o creía sentir que la conocía de épocas
antiguas y quizá remotas en el tiempo y espacio de una vida anterior que nunca
tuvo lugar...
No quería que la madrugada
se transformara en otro día; nunca lo deseé. ¿Perderla? Me resultaba insoportable.
Con ella, la existencia como término asegurado no era posible; en cambio sí la
eternidad. Y aquella “Eternidad” era cuanto anhelaba tener... a su lado.
“Háblame en francés. Me encanta tu francés.” Me decía. Y yo,
excitado, me deshacía.
Farfullando en ese
idioma romántico o absurdo, eludíamos el tiempo. Ella, se encontraba en la
litera que estaba sobre mí, y pronunciaba frases impronunciables que nunca
sabré repetir.
Una sábana cubría sus
pechos. Hizo un movimiento y quedaron al descubierto.
No supe reaccionar o
quizá no tuve fuerzas, y menos, voluntad. Permanecí allí, contemplando aquellos
pezones de color caramelizado, el rictus torcido de admiración. Era chocante. Había
imaginado unos pechos claros, con pezones níveos como la nevada que ahora debía
cuajar ahí afuera, y de repente aquellas esponjosas frambuesas, colmaban mi
universo de un oscuro albor.
Dejar en la estacada a
mis mejores amigos para ir tras ella no supuso el menor problema. Nadie parecía
saber quién era, o tal vez todos la conocían. Sin embargo, en ese instante, aquel
par de singularidades, cuyo marrón oscuro y determinante se revelaba ante mí,
me arrastró hacia el abismo.
Alargué una mano y con
dedos tímidos, palpé. Se ciñó a mí. La tomé entre mis brazos. Nos besamos y
ella pronunciaba palabras impronunciables...
Volví sobre mí y eran
las cinco de la madrugada. El tiempo corría de nuevo, y se consumía tan rápido.
Hicimos el amor y lo
tuve, si cabe, más claro. Jamás permitiría que fuera de nadie.
En la nevera descubrí
la botella de champagne: Brut Cero. No tengo idea sobre quién la puso allí. Pero
no tenía dudas, aquello era real y estaba ocurriendo. La descorché. Llené las
copas, pique y vertí los somníferos de los que solía utilizar para aliviar mi
insomnio social. Removí con afán, las dejé sobre el mostrador de la cocina y
apremiado por la urgencia, me encerré en el cuarto de baño.
Cuando volví, me detuve
confuso. Era posible no recordar en cual... ¿La izquierda? ¡Obvio! Los posos
eran visibles en el fondo.
Volví a remover y
tarareando el “Japi crismas tu yu” de John
Lennon, regresé a la habitación.
Brindamos y las
apuramos de un trago.
Apagué la luz e hicimos
el amor entre fuegos de artificio y una nevada que nunca vi pero presentí cuajando
en mi interior.
Caímos rendidos.
A la mañana siguiente, sobre
las once y media, desperté. Estaba radiante. Era veinticinco de diciembre.
Me di la vuelta y nada
más ver la beatitud de su admirable rostro, sorprendido por el bofetón de una evocación
escalofriante, me derrumbé al lado de la cama y entonces sucedió. Un
remordimiento violento traspasó mi corazón y me di cuenta de la monstruosa
realidad: continuaba dulcemente dormida ¡para siempre...!
Angustiado me puse a
balbucir frases sin sentido. Le propinaba cachetes en la cara. Todo fue en vano.
Comencé a gemir y entonces sus ojos se abrieron, me contempló con sorpresa y una
sonrisa de apariencia tórrida como la superficie de mil soles, se perfiló en su
semblante de niña, y me hizo derretirme en una absurda placidez.
Estaba tendido junto a
ella.
Me dijo:
“¡Despierta vago! ¡Es muy tarde!”
No entendí su guasa.
Aún así, sonreí y feliz, contesté.
“Sin bromitas, cariño...”
Ella, gozosa, sostuvo
mi cara en sus manos. Las retiró y electrizada, abrió la boca. Un alarido desgarrado
atravesó mis tímpanos aturdiéndome.
Asustado, me levanté.
Mi cuerpo
siguió allí, inerte, en su lugar...
Era Navidad. La Navidad del año
José Fernández del Vallado. Dic. 2015
Enhorabuena por tu relato José Fdez del Vallado "Josef"!
ResponderEliminarEste relato me ha dejado por momentos si aire ya que como todos tenemos experiencias a veces mala y a veces buena pero lo que siempre sigue es el instinto de actuar
ResponderEliminarEs un relato enigmático a interpretar por el lector con su inesperado final. Da escalosfrios y a su nos imanta y magnetiza!
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