HOMBRE DE FAMILIA/Christo Herrera Inapanta





(Los escritores de origen ecuatoriano fueron los primeros en colaborar en el blog, ahora publican su primer libro)


El libro invocaciones, primer libro colectivo del grupo de literatura ecuatoriano TintaSombra, relata cuentos de terror ambientados en Quito. Consta de dos partes, entre los cuales se entretejen situaciones paranormales y fantasmagóricas que pueden desasosegar al lector si lo encuentran.
Sus escritores son:
Christo Herrera Inapanta.
Amaru Castela.
Daniel Garzón.
Mauricio Jiménez

Mauro Ludeña.
Andrés Ulianov.


365 MUERTES ENTRE VERANO E INVIERNO




No le pegues más, no ves que es la mamá de tus guaguas, pensó Marco, alzando el puño, una vez y otra, y otra sobre el rostro de su mujer. ¿Y qué quieres que haga?, no ves que es una floja y vaga, se respondió, a sí mismo, alzando nuevamente su mano, ya no eran puñetes, parecía que la primera reprimenda que se hizo surtió efecto, los golpes los cambió por una cachetada abierta que mandó a la pobre Ana al suelo, sollozando, y llorando así como su hija que los miraba desde la entrada la habitación.

Ya chuccha, cállate Andrea o también te saco la pucta, lárgate a tu cuarto.
Ve chuccha, no te dirijas así a la guagua, se reprendió y caminó hacia la puerta y la cerró sin ver a su hija, mientras esta decía, llorando. "Papito, no le pegues más a mi mami”, así mismo, él se decía y se increpaba diciéndose. No la escuchas, vergüenza, tonto, hijo de puta, aun así, ella tiene la voluntad de decirte papito, si ella fuera yo te metiera un cuchillo por el culo a ver si sigues maltratando la madre de tu guagua, ¿no disque lo más sagrado, no disque te sacas la pucta trabajando para ellas? Por supuesto, todo el día, todos los días, y cuando vengo qué le encuentro haciendo a esta puerca de la Anita, dormida. Le dije que me tenga siempre lista la comida, que se joda entonces. ¿Qué se joda?, y vos qué, trabajar, llamarásf, pues, estar sentadote en la garita de guardia rascándote las bolas, viendo que nadie se “robe los autos”, de los clientes. Calla, calla, chuccha, no me jodas, si pudiera a vos también te sacaría la pucta.
Mijo, ya no me pegues, por favor.

Ella también te dice mijo. Solo es por miedo. Pero te lo dice, ya no la maltrates, verás que te van a meter preso. ¡Que lo haga pues!, acaso que yo tengo miedo.
Mijo, perdóname, ya no me pegues.

Ya loco, ya basta, me tienes hinchado las bolas, vos también te enojas por huevadas, ¿no le ves el rostro?, ¿Y la sangre?, ¿qué vas a decir luego si viene tu suegra? Esa hija de puta, mejor que ni venga. Sí, sí, pero igual pana, yaf, ya, creo que con lo que le diste ya aprendió, además, tú tienes la culpa que llegaste una hora antes a la casa, no jodas cabrón.

El marido la miraba sollozando, herida de cabo a rabo, moreteada, el labio y el ojo derecho hinchados, babeando sangre sobre la alfombra celeste que habían comprado para decorar el cuarto.

No me pegues, mijo, ya, por favor —decía balbuceando y temblorosa.
El marido retrocedió y se sentó al filo de la cama sin dejar de verla, tan penetrantemente que parecía que estuviera planeando algo, pero tan solo discutía por dentro. Y así dices que la amas, eres un hijo de puta, no la mereces. ¡Cállate!

Ya vuelvo. — dijo el marido, abrió la puerta de su cuarto y ahí seguía Andrea, la pequeñita de cuatro años que al verlo retrocedió con el rostro lleno de miedo.
Te das cuenta, te das cuenta, careverga, lárgate de la casa, déjalas en paz. ¡Cállate!
El marido salió de su casa, tomó su automóvil y lo condujo sin rumbo determinado. Estaba lloviendo, así que no pudo des estresarse como solía ser su costumbre, es decir, acelerar fuertemente en un camino recto para que toda la adrenalina le baje los niveles de cólera.
Pero ella se lo buscó. Vales verga, pana, vales harta verga. No me jodas, ella ya debe saber cómo soy yo. Sí, y por eso me sorprende que no se largue de la casa o se consiga un mozo. ¡Ay!, pobrecita de ella si lo hace, ahí sí va a ver lo que es bueno. ¿Lo que es bueno?, ¿y cuando te vas de putas, o te comes a la Victoria? Bueno, bueno, es por si acaso ella me llega a meter cacho, ya la tengo cobrado por anticipado. ¡Qué hijo de puta!, o sea, ¿igual le sacas la puta si te mete cachos? ¿Y entonces? O qué crees, que voy a quedar como un imbécil cachudo ¡pobrecita si lo hace!

Así fue reflexionando el marido mientras conducía, llegó de pronto a su bar favorito, al norte de la ciudad, ahí se pidió unas cuantas cervezas, pensando aún que su mujer no era culpable de nada, pero que de igual manera se merecía todo lo que le hizo y le dijo.
¿Y si esta noche ya no está? ¿Y si se fue realmente como lo prometió la otra vez? No creo, vos mismo dijiste que aún me trataba con respeto ¡qué se largue!, pero sabes que no lo va a hacer, la muy puerca no trabaja desde que nació la Andrea, disque tiene que cuidarla, mientras tanto yo que, me saco día y noche la madre en el camello ¿te parece justo? Bueno, lava, plancha, cocina, le ve a la guagua. ¡Bah!, eso cualquiera lo hace. Si la otra vez que se fue con la mama y me dejó a la Andre pude cocinar para mí y para la nena. Que no se queje, que no joda, lo único que le pido es que me tenga la comida cuando vuelvo del trabajo, ya mucho abuso sería que yo llegue y deba cocinar. Si tú dices, no comparto pana. Ya, ya, ya, no jodas, déjame chupar en paz, a ver si llego y se me calman las iras y me voy a dormir de una.

El marido se quedó en el bar, él solo, unas tres horas bebiendo unas seis cervezas. Estaba mareado pero sabía que si se sobrepasaba las copas podrían llevarlo preso, una vez ya se lo llevaron, estuvo en prisión un mes entero y debió pagar más de mil dólares para poder retirar el automóvil de la retención.
Condujo de nuevo hacia su casa, había dejado de llover, pero estaba más tranquilo, seguía cavilando en si su mujer se merecí a la paliza. A fin de cuentas, le he dado duro por cosas menos importantes. Se dijo, en son de burla, pero también se respondió: ¡Qué careverga!
Tras llegar a casa, entró despacio. Se tropezó con una muñeca cara que le había comprado a su hija hace pocos días. Tomó la muñeca y la alzó para ver si no la había roto. Debería darle duro a la guambra para que aprenda a dejar sus cosas en el puesto. ¿No te daban iras cuando llegaba tu padre chumado a la casa y le pegaba a tu mamá y a ti también?

Sí, pero yo no estoy borracho. Pero igual les pegas pues careverga. Sí, porque se lo merecen. La Anita no se merecía lo que le hiciste hoy. No jodas, chuccha. Mejor voy a dejar donde la Andre esto
.
El señor se fue al cuarto de su hija. Tras abrir la puerta del dormitorio encontró un bulto más grande junto a la pequeña Andrea; era Anita, quien abrazaba fuertemente a la niña y se hacía la dormida, esperaba en verdad, que su marido solo se fuera y no volviere más, pero el marido se quedó ahí, mirándolas.

¿No te da vergüenza? Deberías acordarte de cuando tu padre te sacaba a vos ya tu madre la pucta, ahora que lo recuerdo, ¿No fue que les pegó a los dos por la misma razón por la que le pegaste hoy a la Anita? ¡Cállate! ¿Qué harás cuando algún imbécil le preñe a la Andre y le caiga a puñetazos como vos hiciste con la Anita? Ese hijueputa no verá la luz del día. ¿Y por qué haces eso con tu mujer? Ya, ya, no jodas.
El marido dejó la muñeca sobre una cómoda en el cuarto de la pequeña y salió de ahí. Anita respiró aliviada y abrazó aún más fuerte a su hija, en tanto su marido, cabizbajo se recostó en el sofá más largo de su sala, miró su alrededor y sintió nostalgia por todo lo que había ahí.

Creo que tienes razón. La Anita no se merecía eso. Ni ella ni la Andre, debería cambiar mi forma de ser, pero no puedo, así soy, así he sido siempre. Entonces qué jodes arrepintiéndote, ojalá te dejara la Anita y se llevara a la guagua, vivirían mejor sin ti. Tienes razón, pero no lo va a hacer, la muy vaga a duras penas puede cuidar de la Andre.
Entre este y otros pensamientos estaba cavilando el señor hasta que quedó dormido ahí en el sofá. La cerveza lo ayudó a dormir profundamente, mas, despertó a las cinco de la mañana cuando su despertador del celular hizo ruido. Se levantó de un salto, con mucho frío en los brazos y piernas. Se fue al baño a orinar, se bañó y se cambió. Cuando ya eran las cinco de la madrugada, molesto de nuevo con su mujer porque no se levantó a hacerle el desayuno, fue a despertarla al cuarto.

Si vez, si vez, y así no quieres que le haga nada a la vaga de verga.
Cuando entró al cuarto de su hija, ya no halló los dos bultos en la cama sino una simple nota de despedida y una orden judicial.

CRHISTO HERRERA INAPANTA
Quito- Ecuador

                          

Comentarios

  1. La violencia de género no conoce de países, ni de estatus social. El escritor Christo Inapanta (seudónimo de Adrián Flores, ha realizado un buen texto.

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