LUCILE TE QUIERE MUCHO PAPÁ/Óscar Lamela Méndez






Lucille

        Te

           Quiere

     Mucho

            Papá



Hagamos una prueba, una sencilla prueba. Después de leer este párrafo has caso a lo que te diga. Sí, no estoy desvariando. Me dirijo a ti. Vamos a interactuar durante cinco segundos. Una vez termines estos renglones y este tiempo, piensa en la primera persona que te venga a la cabeza. Una de las personas más importantes de tu vida o la más importante.

Ahora sigue leyendo…

¿Qué pasaría si te dijera que a esa persona le quedan otros cinco segundos de vida? Tienes ese tiempo para despedirte de ella ¿Qué harías?

Imaginaos una vida en la que no puedes pensar en nadie. Puedes interactuar con ellas, ser parte de sus vidas, amarlas y ser felices con ellas, pero no puedes recordarlas, pues a los cinco segundos de ese pensamiento, esa persona morirá.

Así es mi vida. No puedo vivir de recuerdos por miedo a ser el brazo ejecutor de la muerte. Llevo el peso de mi conciencia como un muro lleno de marcas de balas y aún no sé el por qué. Creo que todo empezó aquella noche de alcohol. Sí, tuvo que ser esa noche.

Como uno de tantos fines de semanas en los que me reunía con mis amigos para cenar por ahí y terminar inconscientes por las drogas y el whisky, llegaba el momento de elegir al que más fresco estaba para conducir y llevar al resto a sus casas. Todas las noches yo me libraba de ello, era siempre el que más desfasaba y me ponía del tito Jack’s hasta las orejas. Menos aquella noche. Esa noche discutí con Lucille, después de que se pasara toda la noche calentándole la polla a media discoteca solo por el hecho de ponerme celoso y que me liara a guantazos con todos los que la babeaban.

Lucille era así. Solo había una cosa que le ponía mucho más que el alcohol y la coca, y aquello era la sangre. La violencia era parte de su forma de ser por todo lo que vivió en su infancia y parecía que en los rostros de todo aquel que yo le partía la cara por su puta culpa, veía la cara de su padre. Siempre decía la misma frase después de una movida: ¡Lucille te quiere mucho papá!

Lo sé, era una puta loca, pero yo estaba igual de loco que ella. Parecíamos una caricatura barata del Joker y Harley Quinn. El amor es a veces tan inútil como un ciego en una orgía o tan ciego como el amor en una orgía.

El caso es que después de mandarla a la mierda le pedí a Jake  que me diera un poco de su “harina”. No soy mucho de tomar esas mierdas, de hecho solo lo hacía cuando estaba muy borracho y me quería quitar el pedo del tirón o cuando sabía que iba a poner a cuatro patas a Lucille. En esas noches me sentía un puto actor porno.

Yo lo llevo dije con más seguridad que una bruja sin escoba.

Le quité las llaves a Jake mientras metía adentro al resto de los borrachos del grupo. Salimos a la nacional, dejando atrás aquel puto polígono de la muerte en el que empecé a sentenciar mi vida. La oscuridad de la noche caía sobre nosotros sin darnos cuenta de que la muerte estaba escrita en nuestras frentes. Jake dormía la mona, Paul y Brenda se metían mano en la parte de atrás como si no hubiera un mañana y yo tenía a la colega más dura que una farola. La cocaína tiene ese poder, al menos en mí.

Cinco segundos, ese fue el tiempo que tardé en mirar de frente y dejar de practicar voyeurismo con mis pasajeros. El sonido fue tan duro y seco que no me dio tiempo ni a parpadear. Solo vi un bulto que salía despedido hacia el lado izquierdo de la carretera. Los gritos se sucedieron entre nosotros como animales en el matadero. Frené en seco. Jake se despertó como si le hubiera caído doce cubos de agua helada encima golpeándose la cara contra el salpicadero; los amantes al no llevar el cinturón puesto se dieron de bruces contra la parte trasera del asiento del copiloto, Paul gritaba como una puta nenaza. En el momento del impacto Brenda le tenía cogido por lo huevos, lo que empezaron siendo caricias casi se convierten en una decapitación gore.

¡Joder, me cago en la puta! ¡Tío ten más cuidado!

¡Gilipollas, acabo de atropellar a algo o a alguien! Voy a bajarme.

Y una polla. Arranca ahora mismo y vámonos de aquí echando leches dijo Brenda fríamente‒. Estamos en una puta nacional y no hay nadie en la carretera. No nos ha visto nadie. Déjate de marrones.

Seguramente ha sido un pequeño ciervo. Haz caso a Brenda y arranca. Ya llevamos suficiente mierda encima como para cargar también con un asesinato afirmó el casi eunuco.

Jake no era consciente de nada. Su opinión valía menos que un billete usado. Respiré profundo y sin mirar atrás, arranqué el coche.

Llegué a casa a duras penas. El bajón al que me llevaba la coca pasado el efecto hacia que el cuerpo me pesara dos veces mi peso actual, a duras penas metí la llave en la cerradura de casa. A oscuras dejé las llaves en el mueble recibidor y un segundo antes de encender la luz de la entrada, sentí un soplo en mi cuello, como el roce de una pluma y un susurro, un susurro que dijo: Lucille te quiere mucho papá.

Encendía la luz más rápido que Flash en ponerse los gallumbos y el reflejo de una sombra se fue con la luz a través del pasillo, como si un espectro o lo que fuera caminara lentamente hacia mi habitación. ¿Quién cojones iba a dormir ahora allí?

Aquella noche descubrí que no solo la coca te quita la borrachera. La pregunta era: ¿Por qué tuve esa alucinación con Lucille? A la mañana siguiente lo comprobé.

La luz del día te inhibe de todo temor y después de dormir apenas cinco horas en la mierda de sofá que tenía en el salón, me fui a la habitación a coger ropa limpia y ducharme para quitarme la peste a tabaco y Jack’s que tenía encima.

Iba cabizbajo y rascándome la nuca recordando lo ocurrido horas antes. Puse una mano en el cerco de la puerta y cuando iba a entrar noté que mi pies desnudos se humedecían. Olía como a hierro. Levanté la cabeza al encender la luz y lo que vi me hizo vomitar a los dos segundos. Aquel líquido era lo que os imagináis, un reguero de sangre llegaba hasta los pies de mi cama, sobre ella estaba el cuerpo mutilado de Lucille. Caí de espaldas, sobre el suelo del pasillo y con las manos sobre la pared como si quisiera evitar caerme hacia un abismo.

Cinco segundos. Uno, dos, tres, cuatro y cinco. Pensé en Jake. Me levanté como pude y después de limpiarme los pies en la bañera como un gilipollas, llamé a mi amigo. No daba señales de vida. Llamé al fijo de su casa y tampoco contestaba nadie. Lo intenté con Paul y Brenda, más de lo mismo. ¿Qué cojones estaba pasando? ¿Qué cojones iba a hacer? No podía confiar en nadie, no podía contárselo a nadie más. Me faltaba el aire, salí corriendo a la cocina por algo de agua y la vomité al instante. Tenía un hambre voraz, pero pensar en lo que tenía en la habitación me revolvía el estómago. No hacía ni quince horas que le había comido el coño a aquella marioneta de carne inerte que colgaba de mi cama. ¡Joder, me estaba volviendo loco!

Respiré profundo, Intenté pensar. Mente en blanco. Vivía solo, nadie, excepto mis amigos sabían que vivía ahí. Acababa de trasladarme, huérfano y solvente económicamente por la herencia de mis padres. Me cambié de ropa. Unos pantalones negros de chándal anchos, una sudadera verde con capucha y las Converse. Cogí las llaves del BMW y fui en busca de mis amigos.

Jake vivía a las afueras de la ciudad y solo tenía a su madre. Cuando llegué a su casa el silencio contestó a mis llamadas al timbre. Creo que al cuarto timbrazo fundí aquel chisme. Grité por si el puto gilipollas estaba durmiendo la mona aun y nadie me respondía. La vecina de la puerta “A” se asomó al descansillo, y tapándose con la bata el camisón me miró de arriba abajo con mala cara y sin mediar palabra cerró la puerta con la cara blanca.

Le di las gracias con una mueca agria y me dirigí a mi segundo destino. Si no daba con Paul y Brenda me iba a dar con la cabeza contra la luna del coche. No me di, porque cuesta un huevo la reparación, pero no me faltaron ganas. El picha floja y la tonta del ano tampoco estaban en casa.

Le eché huevos y me fui a casa. Tenía que hacer desaparecer el cadáver como fuera. Sabía que yo sería el primer sospechoso. Demasiados testigos la noche anterior en la discoteca, pero ¿Qué demonios debía hacer? ¿Llamar a la poli?

Abrí la puerta con más dificultad de la que la abrí la noche anterior y cuando entré, la bofetada a lejía que me dio en la nariz, casi me hace vomitar. Las piernas me temblaban como el jugador que va a tirar un penalti en la final del mundial. Caminé despacio hacia mi cuarto y lo cuento tal y como pasó, se me escapó una gota de pis. El suelo y  la cama estaban impolutos, sobre una nueva colcha blanca y escrito con lo que parecía una barra de labios, rezaba una frase: Tienes otros cinco segundos…..piensa.

Lo tenía claro. Esto era una puta broma de mis amigos. Eran las vísperas de Halloween y querían acojonarme. Seguramente habían urdido el plan con Lucille y ella estaba viva. Yo con los nervios y el pánico ni me acerqué a ella. No corroboré que estaba muerta y la caracterización de los golpes y demás lo pudieron hacer entre todos. De ahí que nadie me cogiera el teléfono y no estuvieran en sus casas. Cuando los viera se iban a cagar.

Respiré profundamente. Mucho más tranquilo y como si me hubiera quitado dos hormigoneras de los hombros, me fui a la ducha y dejando escapar una sonrisa entre el agua que recorría mi cuerpo desnudo, me cagué en la familia de todos mis amigos.

El vapor condensó el bañó, aquello parecía la niebla de la cima en las montañas. Me até la toalla a la cintura, contemplando como la barriga que tenía iba ya para un preñado de cinco meses. Aun así me veía bien. Cuando el vapor se fue yendo fui a mirarme en el espejo del lavabo y sobre él, escrito por el vapor se leía una frase: Pon la televisión.

Mi barbilla llegó a tocarse con el pecho de lo que abrí la boca, casi me resbalé. Salí al salón y sin pensar que hubiera nadie esperándome, hice caso al mensaje del baño. Encendí la tele y en las noticias estaban hablando de un suceso. Un accidente en la nacional 25. La carretera en la que nos sucedió aquel incidente.

«Hoy se han encontrado los cuerpos de unos jóvenes en la cuneta de la nacional 25 a unos kilómetros del polígono de las discotecas. La policía por ahora ha identificado el cuerpo de una de las víctimas y responde al nombre de Lucille Bennet. El resto de muertos los completan dos chicos y una chica. Parece ser que un conductor borracho los atropelló y se dio a la fuga. No hay testigos y la policía esta investigando a posibles sospechosos. Seguiremos informando»

De repente la televisión se apagó sola y una risa leve pero grave se apoderó de la casa. La falta de aire me sobrecogió. Tan pronto como mi cuerpo se enderezó, empecé a sentir un dolor en el costado izquierdo como cuando llevas años sin correr y te da el característico pinchazo.

¿Mis amigos estaban muertos? ¿Cómo era posible? Yo iba con ellos en el coche y a Lucille la dejamos en el polígono. Me estaba volviendo loco. Empecé a frotarme la cabeza de arriba abajo como un desquiciado. No me acordaba de nada de lo que pudo haber pasado, solo del golpe a aquella cosa ¿Sería aquella cosa Lucille? ¿La maté yo y su familia o alguien se esta queriendo vengar? No lo creo joder, es demasiado retorcido. Y lo que menos sentido tiene. Hacia unas horas el cuerpo de la puta de mi novia estuvo en mi cama ensangrentado. El mensaje en la cama, el del espejo del baño ¿Tenía que haber alguien detrás de todo esto? No había más, pero ¿quién?

Traté de analizar todo lo ocurrido la noche anterior y no daba con lo que se me escapaba. Estaba claro que era cuestión de tiempo que la policía llegara hasta mí. Debía llamar a mi abogado lo antes posible y contarle todo, al fin y al cabo ellos son como un párroco, no pueden violar la ley de confesionalidad con sus clientes. Fui a echar mano al teléfono fijo y antes de cogerlo sonó. En la pantalla del mismo se veía el nombre de «Jake Casa». Las manos empezaron a temblarme y pensé en tirar el teléfono por la ventana en un primer instante, al segundo me armé de valor y lo cogí. Una voz lejana y entrecortada me dijo: Lucille te quiere mucho papá. Un segundo después, el pitido continuo de la línea marcó el fin. El pánico que sentí de nuevo hizo que se me escaparan unas lágrimas de terror. No habían pasado ni veinticuatro horas y mi vida se había ido a la mierda por cinco segundos. Cinco segundos en los que discutí con Lucille, cinco segundos en los que decidí meterme aquella raya, cinco segundos en los que no miré a la carretera y maté a alguien. ¿A alguien o a todos mis amigos?

Aquella fue mi sentencia divina. Revivir la muerte de mis amigos por mi culpa cada 31 de octubre. Era la única vez en la que mi conciencia desde el más allá despertaba y vivía todo como si fuera real y por primera vez. La noche de difuntos, la muerte cumplía con mi condena eterna y me hacía creer que estaba vivo y de una forma diferente me atormentaba con la muerte de mis amigos. Durante los últimos cinco segundos de aquella pesadilla era consciente de todo lo que ocurrió de verdad.

Yo no atropellé a Lucille. Efectivamente fue a la cría de un ciervo a la que quitamos la vida y con ella y mi imprudencia, mi primera impudencia, tuvimos el accidente que nos quitó la vida a Jake, a Paul, a Brenda y a mí.

La noche de aquella pelea con Lucille ella quería decirme que estaba embarazada, pero el alcohol y las drogas me hicieron ver lo que no fue. Ella no provocó una bronca, simplemente buscaba a alguien que la llevara a casa. Por su estado no se encontraba bien. Enfurecido la lie y nos echaron de la discoteca, le quité las llaves a Jake y lo demás ya lo sabéis.

La pesadilla que os he contado es solo eso, el castigo que la muerte me ha concedido. En cinco segundos me doy cuenta de lo que pasó y de que mi novia ha sido madre de una hija que jamás conoceré.  

Me abrasaba el alma. No siento mi corazón, es como si  estuviera vivo. Durante cinco segundos pienso en la persona que más podría querer en el mundo y lo que quería decirle en ese tiempo antes de irme: Te quiero hija mía. Aunque jamás vea tu rostro, quiero que sepas que estés dónde estés, yo siempre velaré por ti. Para mí no existe mayor terror que este. Perder a un hijo que no has conocido toda la eternidad.

Los susurros en la noche, los mensajes en aquella especie de alucinación eran simplemente lo que mi hija me dice todas las noches antes de ir a dormir: «Lucille te quiere mucho papá».


Óscar Lamela Méndez es un gaditano de 40 años afincado en Madrid desde hace diecisiete años.
Tiene tres novelas en el mercado: LLAMADA DE SANGRE con Espasa Calpe en formato digital con la que ganó el concurso Tagus Live de 2014 y LOS PASOS DEL FIN editada con Diversidad Literaria. Además, ha colaborado en varias antologías literarias como “Todos contra una” editada también por Diversidad Literaria para apoyar la lucha contra el cáncer de la Fundación Cris Cáncer y otras en colaboraciones en plena fermentación literaria…Con la segunda novela en la editorial Diversidad Literaria “Los pasos del fin” y “El asesino está servido” Disponible en Amazon.
 

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