MANUEL/ Eva Loureiro Vilarelhe


 Autora de la novela "Predestinados", primera parte de una trilogía, que sigue con el spin-off "Cuando las nubes están rosas, es que va a llover", y se completará con la publicación de la tercera parte la próxima primavera.  
Editorial. Predestinados es una novela editada por Editorial Caligra del grupo Penguin Random House. 

«Es que yo siempre he pensado que las cosas no suceden por casualidad. Cada uno va haciendo su camino, pero ese camino te va a llevar a un lugar que ya estaba reservado para ti... Y tú, si eres generosa y honesta, como le ocurre a la protagonista del libro, al final vas a recibir eso mismo en tu vida, esa va a ser tu recompensa», Extracto entrevista de BEATRIZ ANTÓN "La voz de Galicia"






 


Apareció de repente delante de una puerta blanca y, antes de que le diese tiempo siquiera a llamar, se encontró frente a un anciano de barba blanca y sonrisa plácida. Al reparar en su túnica color celeste que le llegaba hasta los pies descalzos, comprendió que estaba en el cielo. Nada menos que ante San Pedro, a juzgar por las llaves de oro que le colgaban del cordón que le servía de cinturón.

—¡Bienvenido, Manuel! —exclamó dejándolo perplejo.

—Disculpe, Su Santidad, pero me llamo Pepe —osó contradecirlo.

—Oh, eso era antes, hijo —le respondió sin levantar la vista del papel que tenía delante.

—No lo entiendo... ¿antes de qué?

—Aquí dice que fue de infarto, es lógico que estés un poco desorientado todavía, al ser tan de sopetón, y la acelerada ascensión en estos casos tampoco ayuda, hijo mío —le explicó mirándolo de arriba a abajo por encima de sus gafas— Veamos, por tu edad, 42, y tu protuberancia abdominal, apostaría que fue en la hora feliz de cualquier restaurante de comida rápida.

—En realidad estaba tomando una tapa —reconoció haciendo un esfuerzo de memoria considerable, le parecía inaudito que sucediese todo tan deprisa, si hace nada estaba en el bar.

—Pues de brécol no era, seguro —comentó el singular portero entre risas.

—Era un torrezno con alioli —le aclaró por inercia, sorprendido ante su inusitado sentido del humor.


—De acuerdo, Manuel, pues pasa que te están esperando.

—Pepe, me llamo Pepe —insistió sin entender a qué venía el cambio de nombre. 

San Pedro meneó la cabeza y se puso las gafas de cerca de nuevo para sacarlo de dudas:

—Al parecer te has pasado la vida ayudando tanto a tus seres queridos como a tus conocidos cuando lo necesitaban, eras su persona de confianza, por lo tanto ahora desempeñarás el papel que se les asigna a los Manueles —volvió a mirarlo fijamente y sonrió divertido ante su expresión de pasmo— Pasa y ponte en la fila para recibir tus alas, anda, que debo recibir al siguiente.



En ese momento se dio cuenta de que había una mujer justo detrás de él, sería aproximadamente de su edad y estaba tan pálida que daba la impresión de que iba a desmayarse de un momento a otro.

—¿Vértigo? —le preguntó San Pedro sacando otro informe de debajo del brazo. 

Entretanto él procuró ir yendo hacia donde le habían indicado, aunque siguió el inicio de la conversación desde una prudente distancia.

—Me dan miedo las alturas —admitió ella en un hilo de voz.

—Tranquila en una semana saltarás de nube en nube sin problemas, no obstante por el momento procura no mirar hacia abajo, en realidad no tienes nada en el estómago, ni estómago, vamos, seamos francos, por lo tanto resulta muy molesto vomitar aire.

Dios mío, ¿dónde estoy?, pensó para si mismo siguiendo el sendero en el que había un letrero que ponía “Alas”. Entonces una voz le respondió: “En el cielo, Manuel, tranquilo, pregúntame todo lo que desees saber.” Casi se cae del trozo de nube en el que estaba del susto que se llevó, y exclamó arrepentido:

—¡Perdóneme, Señor, no volveré a invocar Su nombre en vano! 

“Novatos”, le pareció oírle susurrar, aunque no estaba muy seguro, el suspiro sí que lo escuchó más claramente. 




A pocos metros atisbó una fila de gente, al aproximarse se dio cuenta de que llevaban todos el mismo tipo de túnica blanca, independientemente de su edad o condición. Por primera vez se fijó en que él también la llevaba puesta y sonrió complacido, resultaba cómoda y como no hacía ni frío, ni calor, tampoco le molestaba en absoluto tener que ir descalzo. Lentamente iban avanzando hacia una especie de caseta blanca hecha también de nubes. Nadie hablaba así que no se atrevió a ser él quien rompiese el agradable silencio que reinaba en aquel lugar, por lo que mientras esperaba su turno se entretuvo observando las caras de las personas que tenía delante.




Lo que más le sorprendió fue la placidez de su expresión, supuso que una vez superado el desconcierto inicial de saberse en el cielo, uno llegaba fácilmente a la conclusión de que aquel no era un mal sitio para estar, por lo que se relajaba y se dejaba llevar. Algo que por descontado le estaba ocurriendo a él mismo, de hecho se preguntaba si también su rostro reflejaría un estado de ánimo que no cuadraba demasiado con su estresada vida terrestre. Entre el trabajo, los problemas familiares y sus continuos fracasos amorosos, la comida se convirtió en el refugio para ahogar sus penas, ya que la bebida no era muy recomendable siendo taxista. 



—Buenos días —le dijo al ángel encargado de repartir las alas cuando le tocó a él.

—¡Divinos! —le respondió éste con un delicado tono de voz, y acto seguido se dirigió a una compañera que andaba ocupada organizando el almacén que se vislumbraba al fondo —Sara, serías tan amable de lanzarme unas XL, que el nuevo Manuel está un poco fondón— el aludido carraspeó ligeramente molesto, con lo que el otro se disculpó de inmediato— No te ofendas, corazón, es que no me gustaría que tuviese que salir en tu busca una patrulla de rescate en tu primer vuelo, resultaría muy embarazoso que tus alas no aguantasen con tu peso, ¿no te parece?

El “ahí van” que provino del fondo, seguido del zumbido del paquete que llegó volando, no pudieron dejarlo mucho más boquiabierto que semejante aclaración, por lo que simplemente quiso saber:

—¿Duele? —asustado al comprobar el tamaño del par de alas que desempaquetaron ante sus ojos. 


—En absoluto, gírate un momento, ni te enterarás.

Así lo hizo, no del todo tranquilo, y, cuando se dio la vuelta para ver si había acabado, sus alas lo siguieron unidas a su espalda. Entonces notó que podía moverlas a su antojo, como si de un brazo o una mano se tratase, y sonrió emocionado, siempre había querido volar. El ángel interpretó enseguida su expresión alucinada y le advirtió seriamente:

—No está permitido estrenarlas hasta terminar el programa de simulación de vuelo tras las clases teóricas, así que ni se te ocurra, o te estamparás a la primera de cambio. Hazme caso, y ahora ve al área de recepción de Manueles, sigue por aquí recto y tuerce en el primer camino a mano derecha, están esperándote. 



Iba acostumbrándose paulatinamente a su nuevo nombre, y ver el letrero que decía “Manuel: el hombre que está con Dios” le hizo sentirse orgulloso. Igual hasta tengo un cargo importante aquí arriba, se dijo intentando vislumbrar la Tierra a través de las nubes que servían de sendero, aunque se lo pensó mejor, no fuera a marearse. Efectivamente alguien lo aguardaba al final del trayecto, un ángel bajito con cara de crío lo recibió con los brazos abiertos. 


—No te fíes de las apariencias, llevo siglos trabajando en esta sección, lo que pasa es que tenía ocho años cuando me morí —le dijo tras darle un abrazo— Y ahora al lío, Manuel, que tenemos que buscarte un sitio. Iré explicándote todo mientras te enseño tu lugar de trabajo —continuó diciendo al mismo tiempo que abría una puerta giratoria, y aparecieron ante ellos cientos de personas sentadas alrededor de un hueco enorme desde el que se divisaba todo el planeta. 



Nada más asomar la nariz a aquel enorme abismo, trasunto de mapamundi, se quedó petrificado sin poder moverse de donde estaba.

—No te preocupes —le dijo tras notar aflorar su pánico— sentirás náuseas durante un par de días, pero uno se acostumbra a todo. Como ves cada Manuel o Manuela tiene a su cargo una persona, tú también debes elegir a quien quieras proteger, serás su ángel de la guarda hasta su muerte, así que te aconsejo que te lo pienses bien antes de decidir. Y no, a ella no puedes escogerla.

—¿Pero, cómo sabes...?

—Tenemos tu historial, Manuel —sentenció sonriendo irónicamente— ¿acaso crees que algo escapa a los ojos de Dios? No permitimos que interfieran relaciones afectivas en nuestra profesión, aparte de la del amor al prójimo, claro. Además, ella ya tiene un ángel asignado. Tendrás que ocuparte de otra persona que esté libre, lo que no resulta difícil, no somos los suficientes y solemos atender en primer lugar a los más necesitados. Ella fue un caso especial, la pobre es tan gafe que hay que vigilarla día y noche, no entiendo cómo ha llegado a convertirse en adulta con la de accidentes que ha sufrido, la verdad. En fin, aquí tienes una lista con posibles candidatos, en cuanto sepas a quién quieres proteger, dímelo y te asignaré un puesto en su sector. 



El pequeño lo dejó un momento para ocuparse de resolver un asunto que requería su inmediata atención, y el aprendiz de ángel hojeó durante unos instantes los papeles. Se entretuvo comprobando el tacto extremadamente suave de las páginas, sonrió al caer en la cuenta de que estaban hechas también de nube, y acto seguido observó sin mucho entusiasmo las fotografías que acompañaban a una larga lista de nombres. 

Finalmente se decidió por una niña inválida que se había quedado huérfana recientemente, le pareció que era la opción más idónea, ya que resultaba evidente que necesitaba ayuda urgente. Aunque no dejaba de pensar en ella, ¿cabría la posibilidad de intercambiarse a sus protegidas? No, nada de relaciones afectivas, entonces ¿cómo sabría si estaba bien? 



Llevaba años averiguando cosas sobre ella por amigos en común o vecinos a los que llevaba en su taxi, y lo único que lo atormentaba era verla tan triste. Habían coincidido tan solo un año en el colegio, compartían pupitre y en todos aquellos meses apenas le arrancó un par de palabras. Tímida e introvertida, casi ni se atrevía a levantar la vista cuando le hablaba, pero cuando lo hacía su mirada tristona lograba detenerle el corazón. Él, dicharachero y simpático por naturaleza, le contaba mil historias para intentar hacerla reír, ella se cubría la cara muerta de vergüenza cada vez que lo conseguía. Y al año siguiente desapareció. Supo que se mudó de casa, como solían hacer sus padres continuamente, y no cejó en su empeño hasta dar con su pista y conseguir tener noticias suyas habitualmente. 

   

—La India te gustará, hay tal cúmulo de gente que jamás te aburrirás, ven, ya te he hecho un hueco.

En ese momento reparó en la ciudad que figuraba junto al nombre de la niña, Nueva Delhi. Genial, no podía haberme ido más lejos, ¿cómo demonios iba a echarle un ojo a ella desde allí? “Haz el favor de no mentar a nuestros enemigos, Manuel”, resonó de nuevo aquella voz y se echó a temblar. Las risitas del ángel bajito lo acompañaron hasta su asiento. 

—Manuela te pondrá al corriente —le dijo poniendo una mano en el hombro de la anciana que se sentaba a su izquierda— y, por si te interesa, aquél de allí enfrente, el calvo de barba, es su ángel.



Levantó la vista de la península del Indostán inmediatamente para fijarse en el hombre que no quitaba la suya del mapa, a pesar de estar a una considerable distancia, distinguió perfectamente sus facciones y le agradó ver que tenía cara de buena persona. 

—¿Acaso no la tenemos todos ahora? —le preguntó Manuela y él la miró anonadado, ella sonrió divertida antes de añadir— Es una característica angelical, todos podemos leer nuestros pensamientos, aquí no hay lugar para la mentira, ni tampoco necesidad, bien mirado, ¿qué podríamos esconderle a Dios, Manuel? Tú es que eres nuevo y todavía estás un poco fuera de lugar y ni te enteras, pero ya verás, mañana sabrás lo que pienso de ti con sólo mirarme a la cara.

—O sea que todo el mundo sabe lo que siento por ella —admitió sonrojándose.

—Por supuesto, pero lo que tú no sabes, y creo que ya va siendo hora de que te enteres, es que eres correspondido. Su ángel está desesperado, fue incapaz de hacerla reír de nuevo desde que te perdió de vista en el colegio, ¡y ya llovió!






La sonrisa plácida de Manuel se convirtió en una exultante, aquel pasó a ser el día más feliz de su vida, o mejor dicho, de su muerte. Atendió a las explicaciones sobre sus obligaciones para con su protegida como en una nube, literalmente ya lo estaba, pero entendámonos, sentía su alma, es decir todo su ser ahora, ligera como una pluma, por lo que no le importó en absoluto tener que dedicarse a observar a su nueva pupila con atención las veinticuatro horas del día.

—Bueno, en realidad no estamos permanentemente de guardia, porque aunque no dormimos tenemos otras tareas celestiales que atender. Y tú todavía debes aprender a volar, no te inquietes, yo me ocuparé de tu niña mientras estés ausente, me ocupo de un anciano ciego que ya ni sale de casa. Los humanos no se dan ni cuenta de todo lo que hacemos por ellos, verás, porque lo de recomponer la capa de ozono lleva su tiempo, y el polvo de alas no nace de la nada, hay que recolectarlo y elaborarlo para intentar reconstruir en décadas lo que tardó en hacerse milenios, en fin, que da mucho qué hacer. Y solo es un ejemplo de los desaguisados que tenemos que atender por culpa de las barbaridades de la humanidad, por supuesto, y aunque a nosotros, los Manueles, nos dispensen notablemente de otros quehaceres porque nuestro deber ya requiere de toda nuestra atención, de vez en cuando tenemos que colaborar en alguna, o asistir a alguna boda.



Él asentía a todo lo que le contaba aquella buena mujer ensimismado en sus pensamientos, pero al escuchar esto último le preguntó extrañado:

—¿Boda? ¿Pero no dicen que los ángeles no tienen sexo?

La anciana se rio de buena gana antes de responderle:

—Son todo mitos, Manuel, ¿o acaso yo no sigo siendo una mujer, y tú un hombre? Lo que no hay es discriminación sexual, ¿entiendes?, el ángel de la mujer que quieres está casado con aquel Manuel de allí, el joven de gafas, el que está sentado junto a mi esposa. 

Volvió a asentir maravillado y continuó atendiendo con mayor interés la conversación que generó semejante descubrimiento. Hasta que al anochecer aprovechó que su niña estaba durmiendo para acercarse a hablar con el ángel de su amada. Éste le hizo una señal para que esperase, estaba concentrado en evitar que se cayese por las escaleras y no podía soltar las invisibles ataduras que la ligaban a su cuerpo.



—Cada vez me resulta más difícil mantenerla ya no digo ilesa, sino con vida, esta mujer va a acabar con mi paciencia, es que no puedo darme la vuelta ni un segundo. Supongo que te habrán dicho que debemos intervenir lo menos posible, a no ser que sea de extrema necesidad, ¿no? Pues yo me pregunto cuándo será el día que no tenga que hacerlo. Cada dos por tres tengo que bajar, sus vecinos hasta han puesto un cartel con mi retrato robot en el portal, porque se creen que soy un pervertido que ando merodeando por los alrededores, con eso te digo todo. Lo de la gabardina para cubrir la túnica ya no cuela en estos tiempos, y es que me canso de aparecer a su lado en cuanto se mete en líos. Y no puedo contarte nada más, puedes leer mis pensamientos siempre que quieras, ahora bien, no preguntes, no nos está permitido andar aireando los trapos sucios de los humanos. 



Manuel se dio por satisfecho. Durante los meses siguientes supo qué nuevo desastre tenía que arreglar su ángel a diario, mientras él se dedicaba a velar porque su pequeña pudiese llegar a convertirse en una joven medianamente desenvuelta para su discapacidad. Se alegró de que encontrase el apoyo de una familia que la trataba como su propia hija, por lo que su labor se vio notablemente aliviada. 

Por desgracia un día llegaron a su cabeza imágenes que le dieron un vuelco al corazón. En un descuido del ángel que la protegía, su amada falleció en un estrepitoso accidente, no obstante lo que más le sorprendió fue la sensación de alivio que percibió en aquel Manuel. Provocando con ello que por primera vez desde que había llegado al cielo sintiese una inquietante sensación de rabia, que alteró los rostros de los que tenía más próximos en cuanto la intuyeron.



—¿Por qué lo has hecho? —lo increpó desde su asiento por no desatender a su pupila— Sé que ha sido a propósito.

—Pues mira, sí, y deberías agradecérmelo —le respondió airado, para estupor de todos los presentes.

Un grito desgarrador se escuchó desde la otra punta del cráter de nubes:

—¿Cómo pretendes que te agradezca que permitas que se muera el amor de mi vida?

—Estaba llorando una vez más por tu ausencia, y simplemente dejé que sus lágrimas le impidiesen ver la carretera. Se estampó contra un árbol que no ha sufrido demasiado con el impacto, y punto. No te alteres tanto, en cuanto le den las alas podréis casaros. Y estás de suerte, que me han dicho que Dios tiene un día llevadero e igual hasta se pasa por la ceremonia. 

  

Eva Loureiro Vilarelhe

 Ferrol - España 

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