LA VIDA POR LA QUE SUSPIRAS/David Rubio
David Rubio Sánchez (1971, ).Sant Adrià de Besòs Inicié mi andadura literaria con dos talleres de escritura creativa de Aula de Escritores, después publiqué en redes literarias como Falsaria, El Relato del Mes o Literautas en cuyas antologías anuales se han recogido algunos de mis relatos.
Con el colectivo literario de Valencia Escribe participo en su revista digital y en sus tres últimas antologías de relatos Buffet Libre, El tiempo y la vida y Relatos con Banda Sonora.
En mayo de 2016 publiqué mi primer libro de relatos de ciencia ficción Los demonios exteriores, nacido de un proyecto literario de la página de recursos literarios "Cafetera de Letras."
El
hombre, aquel que el pequeño Juan llamaba papá; el mismo con el que
se acostaba cada noche Susana, su mujer; el tipo del traje gris
marengo y mirada cansada para el resto de los ocupantes del autobús,
cogió el teléfono.
—¿Quién
es?
—Lo
sabes de sobra.
Manuel
no contestó. Guardó el móvil en el bolsillo delantero de su traje
y apoyó la cabeza en el cristal de la ventanilla. Sus ojos repararon
en una adolescente que viajaba de pie en el interior. Apretaba contra
el pecho una carpeta con un escudo universitario. Se bajó en la
siguiente parada; los pantalones cortos apenas alcanzaban a cubrirle
el trasero. Sacó de nuevo el teléfono.
—¿Diga?
—No
está bien dejar a un amigo con la palabra en la boca.
—¿Qué
quieres?
—Liberarte,
¿Qué si no?
—¿Liberarme?
¿De qué?
—Venga,
acabas de ver a ese bombón. ¿Qué te has imaginado? ¿Qué has
deseado? ¿Qué te lo impide?
Se
aflojó el nudo de la corbata y se revolvió sobre el asiento. Vio un
gordo con los ojos cerrados; más atrás, un matrimonio aburrido; y,
en los asientos traseros, un quinteto de jóvenes enfrascados con sus
móviles.
—¿Estás
en el autobús?
—No
me hace falta. Te conozco demasiado para saber lo que haces en cada
momento.
—Voy
a colgar.
—¿Un
día duro en el trabajo? Ese cabrón de tu jefe… ¡Vales más que
todo eso! Te mereces otra cosa. Siempre te apasionó la pintura,
¿verdad? Pero eso no da dinero… y lo necesitas. ¿Por qué
necesitas el trabajo? ¿Qué te impide dejarlo y comenzar de nuevo?
¿Eh, Manuel?
—…
—¿Quiénes
sino tu mujer y tu hijo? Tú no puedes hacerlo, pero yo sí. Te voy a
librar de ellos esta misma tarde… ¿Lo oyes? ¡Esta misma tarde!
—¡Estás
loco! —Manuel no controló el tono de su voz. Levantó la vista y
comprobó las miradas de soslayo del resto de pasajeros. Continuó en
susurros—: Ni se te ocurra hacerles daño.
—Llegan
a casa a las seis de la tarde, ¿verdad? Exacto, hoy es martes y el
pequeño Juan tiene kárate y tu mujer, yoga.
—¿Cómo
sabes eso? ¡Cómo!... Llamaré a la policía.
—Para
decirles… ¿qué? Tranquilo te prometo que no les haré sufrir. Sé
cómo usar un buen cuchillo.
—No
te acerques a mi casa.
—Ya
estoy dentro.
Volvió
a guardar el móvil en el bolsillo y comenzó a sudar. Faltaban tres
paradas.
Y
eran las seis menos cuarto.
Sentía
como si en su asiento hubiera cientos de escorpiones. Se puso en pie
y marchó a la zona de salida. Se agolparon en su mente imágenes de
su boda, el nacimiento de su hijo... Sintió náuseas.
El
autobús circulaba como si una mula tirara de él y por más azotes
que se le diera menos avanzara. Manuel sacó el teléfono de nuevo.
—No
me tienes que liberar de nada, ¿me oyes? ¡De nada!
—Te
roban tu tiempo; te encadenan a tu vida gris. Podrías conseguir lo
que quisieras sin ellos.
—¡No
cuelgues!
Un
bache le hizo perder el equilibrio y pisó a una anciana.
—¿Se
encuentra bien? Tiene mal aspecto —le comentó la señora.
—Disculpe.
Se
agarró a la abrazadera. A su lado, una niña le observaba con los
ojos abiertos, su madre la cubrió con el brazo y, discretamente, se
la llevó al otro lado.
Cuando
llegó a su parada y se abrieron las puertas, bajó de un salto.
Sintió la mirada condescendiente del resto de ocupantes del autobús,
pero eso no contuvo su loca carrera; tampoco lo hizo el semáforo de
peatones en rojo.
—Te
lo suplico, ¡los quiero! —dijo mientras corría con el teléfono
en la oreja.
—Claro
que los quieres. Pero esa no es la cuestión.
Llegó
exhausto a su portal. La mano le temblaba al acercar la llave a la
cerradura.
—¡Susana!¡Juan!
—gritó al abrir.
La
única respuesta fue su propio jadeo. Se dirigió a la cocina y cogió
un cuchillo de carnicero. En la penumbra, cruzó el pasillo, paso a
paso, mirando dentro cada habitación.
—¿Dónde
estás?
Entró
en el dormitorio y encendió la luz. Las cortinas se mecían con la
brisa que entraba por la ventana abierta.
—¡Sal
de una vez!
—Estoy
aquí.
Manuel
volvió hacia sí el lado de la afilada y pulida hoja del cuchillo.
En ella se reflejaba su propio rostro.
—Ves,
siempre a tu lado.
En
ese instante, escuchó el ruido de la puerta de la calle.
—Papi,
¡ya hemos llegado!
La
cara dibujada en el cuchillo sonrió.
—Será
rápido, confía en mí. Pronto iniciarás la nueva vida por la que
suspiras.
DAVID RUBIO
BARCELONA
Un microrelato con un final abierto. Imaginativo, sorprendente. David Rubio da una vuelta de tuerca y logra sorprender al lector. Colabora con Tertulia de Escritores con éste primer relato. Confío en que no sea el último. Estás invitado siempre que quieras a coloborar, eres uno de los escritores más imaginativos que he podido leer. Un abrazo literario.
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