EN LA CIMA/JOSE GARCÍA
“Nadie dijo que fuera fácil. Sobre todo si conociste el temor a
morir. Hasta el nacer es un riesgo: un aborto, una mala decisión, una palabra
que llega tarde…
A solas, cuanto más piensas. Todo se es
pequeño en la cima más alta, el paisaje no
tiene final, las nubes traspasan los sentimientos y te vuelves insignificante
ante Dios”.
Guardo la carta en el
sobre y la puso con las demás. Las palabras de su padre se
trascribieron en él, igual que en otros tiempos. Miró la fotografía sobre la
chimenea, posando en la cima de “la montaña sagrada” como le bautizo.
Se asomó por la
ventana, sintió el frescor de los pinos en aquel medio día de agosto. Sus pasos
lo llevaron fuera de la cabaña hasta el
centro del bosque. Justo, donde el
resplandor del Sol ilumina el hipogeo de
adobe que construyó su padre, su última
morada como decía.
Siempre preparado—así
lo imaginaba. Fue más de una vez que
reto al destino, cada montaña lo desafiaba, lo
desquiciaba.
Elisa, mi madre, con la mirada lo despedía
hasta volverse un punto en el horizonte. Los días de ausencia, ella con
las manos entrelazadas, y la eterna veladora
de cristal que no apaga su luz hasta no verlo entrar por esa puerta.
Quedó pendiente la
despedida. Ella murió una tarde de tormenta, en la negrura del horizonte como
paisaje, y él, lidiando una de tantas
batallas.
Solo, pasaba el día
absorto en su recuerdo sin soltar su botella de whisky. Dio un gran sorbo y se dirigió a la ventana. Apuntó a la única cordillera sin
domar: “El Nevado Chau Pi”.
Un monstro de 4845
metros a nivel del mar. De nieve perpetua, hacían de su espesor de hielo dunas mortales.
¡De esas, buscaba siempre! .
Dos veces pisó su
piel y en las dos terminó sepultado. A la siguiente prueba, “la mujer dormida”
dio muestra de celos. Su potencial
humano sin caducar lo salvo de
quedar enterrado bajo su faldón.
Pero su diabetes, prolongó la herida. Un Crampones de 12 puntas
de acero le desgarró la rodilla derecha.
Salvo la vida si, pero la gangrena como avalancha arrasó en su extremidad inferior.
Largas sus tardes en
silencio. Mirando la gran montaña que lo había vencido, en el corto tiempo
sobrio solo tocaba su pierna emputada.
Así, veía su realidad.
Fue que decidió
exiliarse del mundo vivo.
Nunca dejó de
escribirme. Había dejado la bebida y usaba más su prótesis. En su postrera
imagen lucia más delgado y con barba, había dado el vejazo. Pero seguía
haciendo lo que ama con loca pasión…el alpinismo. Ahora como instructor.
Los meses pasaron y
la escuela de la ciudad me reclamaba. Entretenido en mis cosas me olvide un
tiempo de él. Justificaba mi preocupación creyendo que está bien. Habían
transcurrido casi ocho meses que nos separamos.
En vacaciones me
dirigí a la casa de campo. Nada cambio, excepto el cuarto de mi madre, sin
retratos y sin vida. Los días de Invierno le roban horas al tiempo, cambiantes
paisajes y de muchos recuerdos. Quedamos de reunirnos para pasar navidad
juntos. El cansancio del viaje me secuestro hasta el día siguiente.
El sol ya colgaba y
sin saber de papá. Los diez mensajes e igual número de llamadas fueron
insuficientes, ni su rastro.
La tormenta anunciada
se veía venir y venía con toda su rabia. Varios golpeteos a la puerta me hicieron sonreír— ¿pensé, es
él? Un rescatista de protección civil preguntó por mi nombre, y me entrego un sobre empapado por la lluvia.
En el, dos
fotografías y una breve carta. En su puño y letra escribió: “! Hijo, felicítame
¡” ¡La mujer dormida, quedo domada¡
—miré la foto dónde aparece en la cima—con su prótesis alzada en señal de
victoria. Leía sus palabras entristecido, pero a la vez con la alegría de verlo
un guerrero hasta el último aliento. Las siguientes líneas fueron de despedida.
De letras aun vivas, como su corazón.
Me quedé mirando su
penúltima placa fotográfica. Se le veía dormido, recostado en la nieve, en paz…
con los ojos al cielo quizás buscando la cima más alta…desafiando su naturaleza.
Cada 24 de Diciembre
cuando mis hijos se dirigen a buscar sus regalos bajo el árbol, lo toman y
después, todos juntos nos sentamos en las escalinatas de la casa para mirar en
toda su belleza “El Nevado Chau Pi “.
El pequeño de los
tres jura que algún día domara su cima…
FIN.
José García
Yucatán, México/Agosto 2019.
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ResponderEliminarUna bella historia, una metáfora sobre la vida y las renuncias que debemos hacer para luchar por nuestros sueños. En esta historia el deseo por domar a esa dama era mayor al deseo de la propia vida. Buen relato. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarJosé es un bello relato de superación, sobretodo de escalar una montaña de grandes dimensiones. Tu narrativa es impecable. Gracias por colaborar. Un saludo.
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