LA ROSA BLANCA QUE QUERÍA SER ROJA/Judit Perich


El bosque era sombrío como todos los bosques de cuento y, como en todos, se perdían niñas. En el corazón del bosque había un rosal, y en el corazón de aquel rosal había una rosa blanca como la nieve. La blancura nívea de aquella rosa la hacía destacar en aquel lugar lúgubre y oscuro. Era una dama de nieve en un palacio oscuro. Aquello a ella no le gustaba, en absoluto. Ella quería tener un color más noble, más sensual, que le quitara ese aire de inocencia y pureza que no encajaba nada con la flor prohibida. Rojo. Ése era el color que debía tener. Y ése era el color que conseguiría a cualquier coste.
       De manera que, cuando las madrugadas la llenaban de frescas gotas de rocío que hacían salir de sus pétalos, a los primeros rayos del sol, decenas de abanicos de colores iridiscentes, ella aprendió a guardarse unas cuantas en su corola. De ese modo, pensaba, podría utilizarlas cuando más le conviniese, podría hipnotizar a alguna niña incauta que, cautiva por el espectáculo que ofrecía, se acercase demasiado a ver, a tocar, a oler...y entonces ella actuaría. Hincharía sus espinas de manera exagerada. Las niñas no son cuidadosas, por lo que seguro se pincharían con ellas. La sangre brotaría de sus inocentes dedos, manchando sus pétalos y tiñéndolos así del tan ansiado color.
       Y apareció la primera víctima. Una chiquilla trenzuda de dorados cabellos y vestido turquesa. Se acercó a la flor y se emocionó al verla tan bella y resplandeciente. Pronto la tocaría, así que la rosa se apresuró a hinchar sus espinas, que se convirtieron en mortíferas púas. Pero cuál fue su sorpresa al ver que la niña sacó unas tijeras de plata y le cortó el tallo de golpe. A la pequeña le agradó tanto aquella linda rosa que la tomó para poder regalársela a su madre. Lo último que vio la rosa fue la carita sonriente de aquella criatura que, en un instante, le había arrebatado la vida. Segundos después se llevó su cuerpo inerte, y lo único que quedó allí fue una gota de savia que, tímidamente, resbalaba por el lugar en el que antes había estado tan bella pero maldita criatura, cuyo único deseo era tornarse en lo que no era.

JUDIT PERICH
15 AÑOS
BARCELONA

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