HASTA EL ÚLTIMO ALIENTO/José García
En el tercio de la muerte, su maestría con la muleta
levanta aplausos en diferentes decibeles. El momento culminante llegó. Su
mirada, asegura que la posición del toro sea la ideal: las patas juntas. Se
acerca, se estira por encima de los cuernos y da la estocada perfecta. Casi en
instantáneo las patas del animal se quiebran, lo postran ante él.
Los ojos salientes de la bestia, fijos, juzgan a su
victimario. Jadea de manera mortal, se sacude para no abandonarse, su pelaje
colorado asemeja a lo lejos una gran pérdida de sangre.
En el coso, excitados los espectadores festejan
el homicidio.
“Yiyo”, desplanta su delgada figura, sé envalentona,
levanta la barbilla, abre los bazos en señal de victoria. El clamor de los
asistentes nuevamente se muestra. Queda a unos pasos del animal que enseña
señal de derrota. Las miradas se encuentran.
El Bípedo distorsiona su rostro, una mueca de dolor
dibuja, lleva una mano en su costado derecho, y antes de saber que fue, queda
postrado ante su enemigo también. Tras la estocada fue embestido por el
cuadrúpedo.
La exclamación cimbro la plaza. Después un silencio
total. Parecía que el tiempo se detuvo, congeló las emociones, como las nubes
sin inercia. En ese espacio solo dos coexistentes, el hombre y la bestia
heridos a muerte, sin vencedor ni vencido…hasta ahora.
Postrados en la arena, parecía que el viento en vaivén
sus cuerpos balancean. Desarmados, mutilados en su fiereza, solo les quedaba la
conservación innata. El triunfo era la permanencia en pie.
La sangre tiñe la arena. Pero no importaba. El más
fuerte se mostraría pronto. ¡Y así fue! ¡La materia cedió en uno! Una cara cayó
a la derecha, cambio rostros. Su mirada ¡se cegaba con la claridad de la luz,
como árbol destazado.
La naturaleza se presentaba sin cambios. El vencedor
tendrá el privilegio de ver morir al caído, de esperar el momento preciso para
anunciarlo. Una polvareda se levantó a la izquierda del moribundo, que, en su
resuello final, la mirada guardo la duda de los cuerpos en reposo…
Hasta el último aliento.
José
García
Valparaíso
– México
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