EL SODOMITA EN LA INQUISICIÓN III/Rocío Rodríguez


                             




Cuando empecé mi trabajo de investigación sobre la sodomía en el tiempo de la inquisición moderna, no pensé que un día el enfoque que le daría sería el de la historia de la homofobia, a tenor de todas las informaciones que van apareciendo en los medios de comunicación y en las redes sociales, sobre la persecución que sufren personas cuyas tendencias sexuales son diferentes a las que la mayoría de la gente considera normales.

El término homosexual fue utilizado por primera vez a finales del siglo XIX por los alemanes y gay podría referirse al gai saber que se dio en el sur de Francia, durante la Edad Media, aunque también podría ser un término anglosajón actual. En todos los documentos utilizados, que pertenecen a los siglos XVI y XVII, sólo aparece la palabra sodomía, y así están clasificados. Los 638 casos que han formado parte de este estudio son una parte de los de sodomía, depositados en el Departamento de Inquisición del Archivo Histórico Nacional, en Madrid.

Sodoma, de donde se ha tomado el nombre para citar a los homosexuales hombres, no fue castigada por Dios por sus pecados, sino por no haber dado hospedaje a los ángeles que envió, ya que la ley de la hospitalidad en ciudades ubicadas en el desierto era la más importante, y no respetarla hacía a sus infractores merecedores de severos castigos.  Cada vez son más las investigaciones que así lo demuestran.

Las personas homosexuales, hombres y mujeres, siempre han existido y si nos remontamos a los albores de nuestra civilización, en Grecia y más tarde en Roma, se consideraban las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo,sobre todo entre dos hombres, como algo normal. Hay que tener en cuenta, que la inquisición, castigaba cualquier actividad sexual que no llevase a la procreación. Tampoco estaba permitido buscar o proporcionar placer.

En Grecia, Platón afirmaba en su obra “El banquete”, que los mejores políticos eran los varones que en su juventud habían amado a otros hombres.Y en la ciudad de Tebas existía el llamado “Batallón sagrado de Tebas”, formado por 150 parejas de soldados, todos ellos luchando por su causa y al mismo tiempo por defender la vida de sus parejas. El proteger a quien amaban los convertía en luchadores realmente feroces.

Y si nos referimos a las mujeres, no se puede olvidar a Safo de Lesbos. Es posible que se enamorase de sus discípulas. Leyendo sus poemas se puede adivinar que se enamoraba de algunas de ellas, y esposible que mantuviese relaciones sexuales con muchas, aunque   los poemas que escribióno eran de tipo sexual, sino  un canto al amor. Todo ello la ha convertido en un símbolo del amor entre mujeres. Entre los casos de pecados contra la castidad, no he encontrado ninguno que hiciese alusión a una relación entre mujeres. Las únicas que aparecen son aquellas que fueron sodomizadas, o que actuaron como testigos de situaciones que habían presenciado.

Si avanzamos en el tiempo, nos encontramos con Roma, cuna de nuestra civilización, que ha heredado y adoptado entre otros el derecho romano, pero no así la tolerancia hacia las relaciones íntimas,que era uno de sus distintivos.

En cuanto a mantener  relaciones homosexuales no era en absoluto ilegal. Hubo emperadores o escritores que las consideraban denigrantes, pero nunca constituyeron un delito.Por citar algunos de sus emperadores Nerón, Adriano o Heliogàbalo  mantuvieron relaciones duraderas con otros hombres. Sólo estaba prohibido obligar a un ciudadano romano libre a mantener relaciones sexuales o prostituirlo, lo que podía ser castigado con severidad. Durante la República y algunos años del Imperio, se consideraba negativa la actitud pasiva de un hombre en una relación homosexual, pues se le comparaba con las personas que carecían de poder, que eran las mujeres, los niños y los esclavos. Se consideraba afeminado al hombre pacifista.

Durante el Imperio y hasta, por lo menos,  el siglo III existían prostitutos que pagaban impuestos y tenían vacaciones legales.

Aunque también se dieron matrimonios entre mujeres, las relaciones lésbicas llegaban a castigarse con la pena de muerte, si se descubría en ese acto a dos mujeres casadas con hombres.

Justiniano igualó homosexualidad y adulterio, ambos castigados con la pena de muerte. Según él, las desgracias, la peste, o los seísmos eran atraídos por los pecados.

Las leyes de Constantinopla castigaron a dos obispos por sodomía y más tarde se mandó castrar a todo aquel que la practicase. Pero la Iglesia no apoyaba estas leyes.

Los visigodos en Hispania castigaban a los sodomitas, pero no así la Iglesia. Aplicaban el castigo de decalvarlos torpemente, que consistía en desollarles la frente, que era el mismo castigo que  recibían los peores criminales. El Cristianismo y los bárbaros acabaron con la tolerancia sexual. Más tarde, Carlomagno y los italianos renacentistas admiraron las costumbres romanas, pero no se sabe cómo llegaron a la intolerancia en cuanto a las relaciones sexuales.

En la Edad Media existía “vox populi, vox dei”, lo que perjudicó a judíos, sodomitas y brujas, porque se apartaban con su modo de vida de lo que se predicaba, equivalía a ir contra el gobierno y había que eliminarlos, y además desagradaban a Dios. Alberto Magno consideraba la sodomía una enfermedad.

A partir del s. III de nuestra era, se convocaron sínodos y concilios en los que se trató la sexualidad entre el clero, tanto masculino como femenino. Cada vez con más frecuencia, se hablaba de castigar todo aquello que se apartase de la castidad, que debían guardar estas personas. Se estipulaba que a los sodomitas se les negase cualquier tipo de auxilio espiritual, incluso en el lecho de muerte. Solo el obispo tenía capacidad de perdonarles.

Las leyes civiles visigóticas y posteriores quedaron plasmadas en el Fuero Juzgo, el Fuero Real, Las Siete Partidas y la Novísima Recopilación. En todas se habla de sexualidad y del castigo a los sodomitas y pedófilos. Estaban prohibidas la sodomía entre dos hombres, entre hombre y mujer, el bestialismo y el onanismo.

La palabra inquisitio significa interrogatorio por sospecha por parte de la autoridad, sin precisar delaciones o acusaciones de testigos. A finales del siglo XII se desarrolló por decreto del papa Luciano III, contra el catarismo, el valdeismo y el maniqueísmo y se aprobaron la tortura, la confiscación de bienes o el fuego. El papa Gregorio IX, en 1231, otorgó estatuto jurídico a la Inquisición, que sirvió para aniquilar a cátaros y templarios, dos comunidades con estilos de vida totalmente opuestos, pero a los que se acusó entre otros pecados, de practicar la sodomía. La Inquisición medieval en el reino de Aragón comenzó a funcionar a partir de 1238.

En 1478, Sixto IV autorizó por bula que se instaurase la inquisición en los reinos de los Reyes Católicos.

Se nombró en Sevilla a los dos primeros inquisidores y allí se celebró el primer auto de fe el 6 de febrero de 1482. Al año siguiente Fray Tomás de Torquemada pasa a ser Inquisidor General, recayendo todo el poder sobre él y en el Consejo de la Suprema. Este cargo siempre tuvo carácter político, por lo que se dio una estrecha relación entre inquisición y gobierno.

Fernando el Católico solicitó al papa que la inquisición tuviese competencias en los reinos de la Corona de Aragón sobre los sodomitas. Mediante un Breve de Clemente VII, le fue otorgado este poder el 24 de febrero de 1524.

Actuaron contra los sodomitas los tribunales de Barcelona, Valencia y Zaragoza. El reino de Mallorca continuó aplicando las leyes civiles, que como en los reinos de Castilla, los enviaban directamente a la hoguera. Sólo cuando se necesitaban remeros sin sueldo para las galeras reales en caso de guerra, se les conmutaba la pena de muerte en la pira por la de galeras perpetuas. Lo mismo ocurrió en la Corona de Aragón.

La máxima autoridad era el Inquisidor General, cuyo poder estaba por encima del rey. Cuando se celebraba un auto de fe en el que el monarca estuviese presente, el inquisidor le tomaba   juramento de fidelidad al Santo Oficio.

Los tribunales estaban formados por uno o más inquisidores, el promotor fiscal, el abogado, el curador y el escribano o secretario, además del cirujano. Todos debían demostrar ser cristianos viejos, es decir, que en su genealogía no había ni judíos ni musulmanes.

Los inquisidores eran los que ostentaban mayor poder, seguidos por el promotor fiscal. Antes de aplicar la sentencia estaban obligados a informar al Consejo de la Suprema, que era quien decidía el destino de los acusados. En cuanto a su trato hacia los sodomitas, tanto rebajaron como aumentaron la dureza de las sentencias, o dieron su conformidad ante la propuesta del inquisidor. En realidad, en los casos vistos en 150 años, no siguieron una línea uniforme de actuación en ningún aspecto.

En sus inicios los inquisidores eran eclesiásticos, pero con el tiempo ocuparon esos puestos hombres civiles, a los que se les obligaba a permanecer solteros, por entender que era muy difícil mantener el secreto de su trabajo dentro del matrimonio. En las ocasiones en que el rey autorizó un matrimonio, se comprobó la limpieza de sangre de la futura esposa.

Es muy dudoso el papel que jugaba el abogado en esos pleitos, ya que no se le daba permiso para hablar en privado con su defendido. Todas las conversaciones debían mantenerse ante el tribunal y si alguna vez pudo hacer un aparte con el reo, estaba obligado a informar al tribunal de lo hablado. En esa misma línea estaba el curador, que se le daba a los menores de 25 años, para que defendiese sus intereses y les asesorase, pero no debió ser mucha la influencia que tenía ante el tribunal, ya que a la hoguera fueron jóvenes de 18 y 20 años, y edades similares tenían los condenados a galeras o a ser azotados públicamente. En caso de duda, el Santo Oficio se ocupó de comprobar la edad de los acusados cuando se creía que eran menores, solicitando su partida de bautismo. 

Quien estaba siempre presente, en cualquier circunstancia era el escribano o secretario, tomaba nota de todo cuanto ocurría en relación con el tribunal. Transcribía los juicios, estaba presente en la cámara de tortura en las sesiones a los condenados, y era tal su meticulosidad que anotaba incluso los lamentos de los torturados. También estaba presente para dar fe del cumplimiento de las diferentes condenas. Todo cuanto escribía debía hacerlo personalmente, sin ningún tipo de ayuda. 

El cirujano en los casos de sodomía revisaba la parte posterior de los posibles atacados, para certificar si realmente lo habían sido, informando sobre su estado al tribunal. Cuando un acusado era condenado a tortura, estaba presente en la cámara del tormento, a fin de controlar el estado de las personas torturadas – tanto hombres como mujeres -, para evitar que muriesen, diciendo cuándo debía pararse la tortura.

El colectivo más numeroso dentro del Santo Oficio lo constituían los familiares, encargados de mantener el orden y detener a cualquier sospechoso. En muchos casos, fueron llamados por ciudadanos testigos de diferentes infracciones contra las leyes eclesiásticas o inquisitoriales. El acusar a los posibles infractores les hacía pensar que no recaería sobre ellos ningún tipo de sospecha y serían tenidos por buenos cristianos.

En la población de la Corona de Aragón había numerosos  judíos, que vivían en barrios apartados de los demás, y también  franceses, que estaban muy mal vistos en los tiempos de crisis, pues se desplazaban desde Francia para trabajar, debido a que los salarios eran más altos que en su país. Es en esa época cuando aparece el despectivo término “gabacho”.

Eran muy numerosos los italianos, que tenían fama de sodomitas y de propagar el mal italiano. En el caso de un mendigo de Nápoles, le dicen “que si era italiano lo debían haber fornicado porque los napolitanos tenían fama de bujarrones”, o en otro, un fraile a quien un hombre quería sodomizar, le dijo “que se fuera con Dios, que él no era italiano”

En los tres reinos había muchos moriscos, en especial en Valencia, tanto esclavizados, liberados o libres. En la costa del Mediterráneo, y en especial en Barcelona, existían importantes mercados de esclavos. Los libres procedían de los grupos que habían decidido quedarse en la Península cuando los Reyes Católicos decretaron que moros y judíos debían abandonar el país, o convertirse al Cristianismo. La mayoría fingieron una conversión, pero en privado continuaron con sus prácticas y costumbres, ya que no fueron instruidos en la nueva religión. En 3 casos, en Valencia, en los que el esclavo quedó liberado fueron entregados a sus amos para que los vendiesen, en un corto plazo de tiempo. En Barcelona, un esclavo fue entregado a su amo para que hiciese con él lo que quisiese.

En relación con las edades, aproximadamente sólo se indica en la mitad de los casos de cada uno de los tribunales. En Barcelona hubo en total 115 procesos, en Valencia 221 y en Zaragoza 302.

La gran miseria existente en el país, hizo que muchos hombres acudiesen a los hospitales a pasar la noche, donde tenían acceso a jergones gratuitos, que debían compartir dos o más personas. De este modo se producían muchas veces contactos no deseados, que conllevaba ir en busca de los familiares del Santo Oficio, que los llevaban a comparecer ante el inquisidor. Entre ellos también había menores que aceptaron la oferta de dormir bajo techado por parte de algún hombre y acabaron sodomizados.

Muchos de estos menores se dejaron sodomizar a cambio de regalos o dinero y otros fueron víctimas de engaños.

Entre los casos vistos, no se encuentra ningún sodomita judío, ni tampoco hombres de un alto status social, ni civil ni eclesiástico.

Por lo general, los procesos, contenidos en legajos y libros, dan pocos detalles sobre los acusados, sólo más o menos en el 60% del total de 638, se indica su profesión. Entre ellos trabajadores de distintos oficios, clérigos y esclavos.

El rasgo más importante entre la población era la limpieza de sangre, poder ser considerados cristianos viejos. Los conversos aparecen en los procesos como cristianos nuevos o cristianos nuevos de moro. Pero no todos cuantos alardeaban de esa limpieza de sangre podían hacerlo, ya que Francisco Mendoza y Bobadilla demostró a Felipe II con su memorándum “Tizón de la nobleza de España”, que gran parte de la nobleza española estaba emparentada con judíos. Su bisabuelo el rey Fernando el Católico, descendía de la familia judía de los Henríquez.

Las actuaciones del Santo Oficio empezaban con la proclamación del Edicto de Fe, que se hacía público en ciudades y pueblos, con el que se instaba a la población a que delatase ante la Inquisición a todos aquellos que creyesen culpables de contravenir las leyes establecidas. Incluso se exigía la autodelación, pues en el caso de que llegase a su conocimiento el incumplimiento de esta norma, el castigo sería mayor. Por ello se dieron 54 casos de confesiones espontáneas y pecados antiguos entre los tres tribunales.  Algunos de los que se autoinculparon lo hicieron de actos de sodomía que habían realizado hasta 20 años atrás, y en ocasiones eran los confesores quienes les decían que si se presentaban ante la Inquisición, no les perdonarían sus pecados. Para llevar a cabo esas delaciones tenían unos 40 días, llamado Periodo de gracia. Por lo general, entre la detención de un sodomita y su condena no pasaba más de un año.

Para que los testimonios fuesen creíbles, debían ser hechos por cristianos viejos, lo dicho por cristianos nuevos o extranjeros, no tenía validez. En el caso de que fuesen niños quienes presentaban una acusación, debían ir acompañados de adultos.

De todos modos, el trato que se dio a los acusados de sodomía era muy distinto al dado a los herejes. A éstos se les detenía y llevaba a las cárceles secretas, sin tener la menor idea de cuál era su delito ni de quién les había acusado. Se les confiscaban sus bienes y eran encerrados, antes de comparecer delante del inquisidor que les exigía que confesasen los pecados de los que eran culpables, porque el Santo Oficio no apresaba a inocentes. Tras este interrogatorio, podían pasar a la sala de tortura, ignorando por qué se encontraban en esa situación.

A los sodomitas también se les encerraba en las cárceles secretas, pero cuando comparecían ante el tribunal sabían de qué se les acusaba, e incluso en muchas ocasiones se les careaba con sus cómplices, que a veces eran sus acusadores, pero no siempre fue así porque a veces no confesaron y  fueron trasladados a la sala del tormento.

Las cárceles secretas debían su nombre a que no existía ningún tipo de comunicación con el exterior. Las personas allí encerradas sólo salían en el caso de ser declaradas inocentes o se les suspendía la causa, eran trasladados a las calles, para ser azotados públicamente, llevados a las galeras, o eran obligados a abandonar el lugar para cumplir los años de exilio impuesto o bien para aparecer en el auto de fe, donde los sodomitas sólo iban si eran condenados a la hoguera. Si no, las condenas se les leían en la sala de la audiencia o cámara del secreto.

Los acusados de sodomía estaban junto con otro tipo de reos, como lo demuestra el hecho de que, en ocasiones, algunos hombres acusasen a compañeros de celda, por ejemplo, de practicar la sodomía entre ellos. En un proceso en Valencia, un preso dijo que en su celda por las noches los hombres comparaban sus miembros, y le daban un vaso de aguardiente al que lo tuviese de mayor tamaño. No hay comentarios sobre cómo tenían acceso al alcohol.

Aunque parezca extraño, no se mantuvo una línea de actuación en cuanto a los castigos. El tribunal más duro – durante el periodo de 1550 a 1700 – fue Zaragoza, seguido de Valencia y, por último, Barcelona. Según mis informaciones, el último sodomita quemado  fue un esclavo en Valencia, en 1628.

Cuando las declaraciones ante el inquisidor no eran suficientemente claras, se conducía al reo a la cámara de tortura, donde se le instaba a declarar su delito. Primero, al entrar en aquella cámara de los horrores, si insistía en mantenerse callado, se le desnudaba y lo tapaban con unos zaragüelles o paños de la vergüenza, y se le pedía su confesión, y así paso a paso, hasta que confesase lo hecho o se mantuviese negativo, es decir sin declarar nada.

Los aparatos más comunes eran la garrucha, consistente en atarle las muñecas a la espalda y colgarlo por ellas por medio de una polea. Después se le dejaba caer de golpe, para descoyuntar los huesos. Para aplicar la toca o tortura del agua, se ataba al reo a un bastidor y se le obligaba a abrir la boca, por medio de un bostezo o punta de hierro, para poder meter un paño hasta la garganta y así hacerle tragar un número determinado de jarros de agua. El más común  era el potro, un bastidor sobre el que se ataba al condenado con cuerdas pasadas en torno al cuerpo y las extremidades, que el verdugo iba apretando, dando vueltas en los extremos. Ese mismo potro servía para aplicar la mancuerda, consistente en una cuerda que rodeaba los brazos de la víctima, pasándola luego alrededor del cuerpo del verdugo, quien se dejaba caer hacia atrás, apoyando los pies en el potro, haciendo fuerza para estirar la cuerda al máximo. También se aplicaba el guante de hierro, consistente en unas maderas que apretaban los dedos de las manos hasta destrozarlos.

Allí estaban presentes el inquisidor, un representante del obispo, el escribano, el cirujano, y el verdugo.

Si el reo confesaba, se le llevaba a su celda y a las 24 horas se le interrogaba de nuevo en el tribunal, para confirmar que su confesión era la verdad y no había hablado para que el tormento acabase. Si el reo sufría alguna sesión más de tortura, no se consideraba una nueva sino la continuación de la interrumpida.

El resultado de sus o no confesiones era diverso. A hombres que admitieron su “delito” se les condenó incluso a la hoguera, a pesar de que les decían que si confesaban tendrían menor condena. A otros que no lo hicieron se les dejó libres, fueron azotados, o se mandó que fuesen a galeras o quemados.



Hay que tener en cuenta que para la Inquisición la sodomía era considerada el peor pecado cometido contra Dios, después del de la herejía, ya que se oponía al mandato divino de “creced y multiplicaos”. Se le llamó el pecado innombrable, también pecado nefando, crimen de sodomía, delito de pecado nefando contra natura o pecado contra natura.

Los castigos aplicados fueron, entre otros, ser relajados y morir en la hoguera. La relajación era la entrega de los reos de muerte a las autoridades civiles que llevaban a cabo la ejecución, así no se podía decir nunca que el Santo Oficio aplicase la pena de muerte a nadie.

La persona condenada al fuego aparecía en el auto de fe vestida con el sambenito, un ropaje adornado con llamas de fuego y una coroça o caperuza de engrudo. En el caso de los herejes sería una prenda que pesaría sobre sus familiares durante generaciones, pero en el caso de los sodomitas, cuando moría el reo, desaparecía la infamia.

Entre los que iban a ser quemados estaban también los huidos antes de poder aplicárseles ese castigo. En estos casos, eran quemados en efigie o estatua. Eran monigotes, luciendo los mismos atributos que los condenados a la hoguera vivos.  También se llevaban al brasero unas cajas, donde había los restos mortales de los condenados a la relajación, fallecidos antes de poder quemarlos.

Al ser llevados al brasero, que se instalaba en las afueras de las ciudades, tenían tiempo hasta el momento de encender el fuego para arrepentirse y recibir garrote, que les evitaba ser quemados vivos. Pero seguía habiendo la pena moral, ya que esas personas sabían que no serían enterradas, pues se esperaba hasta que se convertían en cenizas que serían aventadas, de lo que se ocupaban los soldados que guardaban el lugar, para evitar que nadie se acercase a recoger el más mínimo resto.



Entre esos relajados, en Valencia, había 4 clérigos, a uno de los cuales se le concedió salir sin el hábito de fraile. En Zaragoza, sólo fue quemado uno. A menudo, fuesen condenados a la hoguera, o no, a los clérigos se les degradaba públicamente de sus órdenes y  fueron desposeídos de sus atributos, oficios y beneficios, aunque no siempre.

La mayor parte de las poblaciones acudían a ver los autos de fe, estaban presentes cerca de las hogueras, y acompañaban por las calles a los condenados a azotes o a los futuros galeotes, mientras eran conducidos a las naves. Temían que si no obraban así, podían ser sospechosos de no estar conformes con el Santo Oficio.

La condena a galeras era de un mínimo de tres años hasta perpetuas o por toda la vida -, como aparece en los procesos.

A los condenados desde que subían a la nave se les ataba con una cadena al banco donde debían remar, que sólo se abría para sacar a quien debía ser liberado o retirar a alguno que hubiese muerto. Todo, absolutamente, lo hacían sentados en ese banco.

La vida en esas naves era tan dura, que en un caso ocurrido en Zaragoza, en 1574, un pescador condenado a galeras, estando en ellas dijo que había cometido el pecado nefando con muchas personas y animales. Más tarde confesó que todo era mentira, que lo había dicho para ser llevado a la hoguera porque no soportaba aquella vida.  

No había nobles que sufrieran esta condena, porque pagaban una multa de hasta 6.000 ducados. Sin embargo, sí ataron al remo a algunos clérigos sin que aparezca ninguno con un alto cargo.

La dureza de esa vida se agravaba con los castigos a los infractores de las normas. Uno de ellos era atar al reo a un palo de la nave y azotarlo, desollándole la espalda. La garrucha aplicada en tierra también se utilizaba en el mar, pero en estos casos se les añadían pesos en los pies. Más duro era el llamado “estropear  a un hombre”, en el que se le colgaba en los testículos una bolsa que contenía dos balas de cañón.

En el agua uno de los castigos era pasar al condenado por la quilla del barco, o siguiendo el modelo de lo practicado en tierra, se les descuartizaba. Se colocaba al condenado en una chalupa. Se le ataba cada extremidad a una cuerda que llegaba hasta cada una de cuatro galeras. Se les ordenaba a los galeotes que remasen hasta que el cuerpo del desdichado quedaba desmembrado. Una vez acabado el castigo, se soltaban las cuerdas y las galeras continuaban su camino.

Al igual que hacía el cirujano o médico en tierra, el protomédico de a bordo procuraba que los remeros no muriesen.



Los condenados a ser azotados públicamente, recibían 100 o 200 azotes, montados en un burro, con la espalda desnuda, con un capirote en la cabeza, que llevaban erguida apoyada en el pie de amigo, un hierro que iba desde la cintura hasta la barbilla, para que en ningún momento pudiesen ocultar el rostro y con un cartel colgado del cuello donde constaban su nombre y su delito y una cuerda con uno o dos nudos. Cada nudo equivalía a 100 azotes. En un caso en Barcelona se le dieron 300 azotes a un esclavo. Junto a cada azotado iba un secretario.

A algunos clérigos sodomitas se les aplicó los azotes en forma de “disciplina circular”, consistente en pasar lentamente por un pasillo formado por todos los hombres del convento, desde el abad al más ínfimo, que estaban provistos de palos o látigos, y los descargaban sobre el reo.

Sólo en algunos casos de menores de edad, se aplicaron los azotes en el patio de la Inquisición. Pero son terroríficos los datos.



Muy a menudo se dieron estas dos condenas juntas. Hombres azotados días después eran trasladados a las naves a cumplir la sentencia a galeras.

Había otro castigo más o menos habitual. Se trataba del destierro. Se aplicó en combinación con azotes o galeras. En ocasiones se dice “x años de destierro, de ellos x se pagarían en galeras”. En algunas ocasiones, se les prohibió pisar la ciudad de Madrid.

Podría parecer un castigo menor, pero en aquellos tiempos, cuando aparecía un desconocido en alguna población, sus habitantes  a menudo desconfiaban y los ignoraban, porque si acogían o ayudaban a un condenado por el Santo Oficio, podrían ser vistos como sospechosos.  

Lo que más me llamó la atención, fue el abanico de excusas, muchas de ellas increíbles que presentaban los hombres ante el inquisidor, a fin de verse libres de aquellos terribles castigos.   

Entre las más curiosas se encuentran las presentadas por hombres que, a pesar de haber sido encontrados en pleno acto, dijeron que creían estar yaciendo con una mujer y que sorprendentemente estaban con un hombre.

En los casos en que la sodomía había sido practicada con mujeres, en ocasiones, con la propia esposa, eran ellas quienes acudían a confesar el pecado, sobre todo, diciendo que habían sido forzadas a hacerlo. Aunque no faltaron las que acusaron falsamente a sus maridos, para poder librarse de ellos.

El saber quién les había acusado de actos de sodomía, les daba la oportunidad de defenderse y si el reo lograba convencer al tribunal de que quien les acusaba le tenía odio, era su enemigo o tenía algo en su contra, el Santo Oficio investigaba la situación y en muchas ocasiones les sirvió para quedar libres.  

En el capítulo de los pretextos algunos declararon  que menores, incluso niños de menos de 10 años, les habían incitado o solicitado para que los sodomizasen. Otros arguyeron haber sido tentados por el demonio, o que el mucho vino bebido les hizo perder el control de la situación y cometieron ese pecado, sin tener conciencia de ello.  

La severidad de los castigos llevó a presos a intentar huir de las cárceles secretas. Algunos lo lograron, pero a los que fueron atrapados se les hizo cargo por ello. Otros pusieron fin a sus vidas, ahorcándose en sus celdas.

A los presos que enfermaban se les enviaba al hospital, donde permanecían hasta curarse y al regresar a la prisión todo seguía igual. Algunos murieron de enfermedad entre rejas. Otros pocos intentaron hacerse los locos, pero no les sirvió, ya que fueron llevados a algún hospital y al salir de él, se les siguió el proceso.

En el tribunal de Valencia se vieron cinco casos de hombres casados que tuvieron actos sodomíticos con otros hombres, y uno en Zaragoza.  

Entre los homosexuales en la historia, encontramos, entre otros, a Sócrates, Sila, Enrique II, Ricardo Corazón de León u Oscar Wilde, que estuvieron casados con mujeres y tuvieron hijos.

Los tres tribunales sumaron 11 hombres que además cometieron bestialidad, sobre todo con mulas.

Cuando el Santo Oficio dictaba sentencia de que la causa quedaba suspendida, no quería decir que la persona quedase libre, sino que suponía que en cualquier momento el proceso podía ser reabierto.  

Los hombres acusados  o que cometieron sodomía, vistos en este estudio, pertenecían a diferentes categorías sociales, pero nunca nobles ni clérigos importantes. Según los Usatges y Fueros, los nobles no podían ser azotados en público o ser llevados a galeras, pero este punto no se respetó siempre.

Se dieron casos entre amos y subordinados, maestros y alumnos, en conventos, parroquias y ermitas, pero en muchas ocasiones fueron entre hombres que no se conocían con anterioridad.

La Inquisición fue abolida en España en 1834, durante la regencia de la reina María Cristina.

ROCÍO RODRÍGUEZ, DRA. EN ANTROPOLOGÍA

http://sodomiaeinquisicion.blogspot.com/

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL GUSANO Y LA MARIPOSA/Ana Palacios

LLUEVE/Carmen Urbieta

SILENCIO/Carmen Urbieta