COMER "EN REFRANERO" /Laura Belenguer
Relato/Audio al final
COMER ‘ EN REFRANERO ‘
El arte de comer no consiste en saber
coger los cubiertos como mandan las buenas maneras. Tampoco es identificar a la
perfección los diferentes sabores ni mezclar correctamente los ingredientes
para que ninguno pierda su esencia ni tomar hidratos para desayunar y proteínas
para cenar. Ni siquiera supone dejar un poco de comida en el plato para no
parecer un muerto de hambre -tal y como decían nuestros mayores-.
El arte de comer es un poco de todo esto
-con algún que otro matiz- y otras muchas cosas más: sentarse a la mesa
tranquilamente, partir el pan del día -y no el congelado- apagar la
televisión -aunque sea la hora del Telediario- y hacer la sobremesa.
Tomar el café, evitar esfuerzos físicos y hacer tertulia.
En algunos países americanos, ‘jalar’ es
emborracharse y, puesto que cuando comemos solos, solemos ‘embriagarnos de
comida’ como si no hubiera un mañana… conclusión: jalamos rutinariamente. Sin
embargo, cuando lo hacemos en compañía, la cosa puede cambiar un poco si nos
dejamos llevar. Degustamos, disfrutamos, paladeamos, masticamos más,
desconectamos del mundo y… y aprendemos a querer. Queremos más pucheros de la
abuela, comida casera y fruta de la huerta. Olvidamos fácilmente lo
precocinado, dejamos a un lado las prisas y nos despreocupamos.
Muchos aman, pero pocos aman bien. Todos
comen, pero la mayoría comen mal. Los seres humanos nacimos desequilibrados
porque nos disgusta el punto medio de las cosas. Tendemos a posicionarnos en
los extremos. Derecha o izquierda, arriba o abajo, mucho o poco… Y sobre esto,
Lola sabe bastante. Niña por fuera, madura por dentro. Inteligente, locuaz,
tímida, responsable, perfeccionista y valerosa pero… con un Talón de Aquiles
que la lleva por la calle de la amargura. Un día, dejó de entender el concepto
‘arte de comer’ y lo cambió por otro: ‘obligación’. Sola o en compañía, con o
sin sobremesa. ¡Obligación!
…
Cada domingo -religiosamente- su familia
se reunía alrededor de la mesa. Parecían tener un estómago sin fondo menos
ella. Y luego estaba él: su abuelo Hermes, el único que la tenía en cuenta y
que la miraba sin juzgar. Su tacto era cálido, su voz grave y sus oídos siempre
estaban dispuestos a escucharla. Sabía mucho de todo pero alardeaba poco de
ello. Amaba la vida y era constante, persistente y sagaz. Era… un poco como
Lola.
Padres y hermanos luchaban por acaparar
aceitunas y torreznos. Solo él procuraba hacerla sentir un poquito mejor y no
tan fuera de lugar. Aunque no le entusiasmaban las verduras, aseguraba de cara
a los demás que las adoraba para que su nieta -entre tanta sobredimensión
culinaria- tuviera donde hincar el tenedor de tanto en tanto.
– Para hacer una buena ensalada, cuatro
hombres hacen falta: para la sal, un sabio; para el vinagre, un avariento; para
el aceite un pródigo y para revolverla… un loco -decía-.
– Como yo -respondía Lola-. Una loca de
los pies a la cabeza.
– No, querida mía -replicaba-. Solo
tienes que ‘reaprender’ algunas cosas que ‘desaprendiste’ sin darte cuenta:
comer bien.
…
Desde que enviudó, Hermes mantenía esta
reunión familiar de los domingos por tradición. Principalmente porque su amada
mujer se revolvería en su tumba si no lo hiciera. No obstante, participaba lo
justo y necesario en los debates académicos y políticos que arqueaban cejas y
fruncían ceños. Tesis… torreznos; Rajoy… cacahuetes; pensiones… aceitunas.
Devoraban sin sosiego y hablaban con la boca llena. No sabían hacer las dos
cosas a la vez. En cambio, Lola y él eran diferentes. En cada conversación,
dejaban el alma, en cada paseo los pies y -en muchas ocasiones- se entretenían
jugando. Por ejemplo… hablaban ‘en refranero’.
– Lo que a todas horas veo, no lo deseo, abuelo. Siempre me dices que tengo la cabeza bien amueblada, pero… el
buen seso huye de todo exceso.
– Querida mía… Eres inteligente en muchas cosas y sacas excelentes notas en
el instituto pero la despensa de tu cabecita está patas arriba. Has olvidado
que… barriga llena, no siente pena.
– A mí me pasa lo contrario.
– Pues contra ello tienes que luchar
porque… con malas comidas y peores cenas, menguan las carnes y crecen las
venas.
– He de confesarte una cosa: me gusta
verme las venas de los brazos. Estoy loquísima…
– No, cielo. Estás perdida y
distorsionas la realidad. Es una patología. Ayunar es un mal hábito y quien
lo adquiere, esclavo de él vive y muere. Dime: ¿Quieres morir?
– No
– Pues entonces… no te la juegues. Yo he
de irme antes que tú.
– ¿Y por qué no irnos a la vez?
-respondió Lola apesadumbrada-.
– Porque es ley de vida y porque tienes
aún tantas cosas que hacer… Quiero sentirme orgulloso de la niña de mis ojos.
– Y yo quiero que lo estés, abuelo,
pero… la comida me angustia -añadía mirando al resto de su familia de reojo-.
¿Los ves? No paran de mascar. Cruje que te cruje. Aborrezco los torreznos.
– No hace falta que comas eso
precisamente. Recuerdo que antes te gustaban mucho las setas.
– Sí, es verdad. Y me siguen gustando.
Pero sigo pensando que, con setas o sin ellas… si no fuera por el peso y la
medida, la gente reventaría -y se fijaba de nuevo en sus hermanos, al otro
lado de la mesa, jalando sin detenerse-.
A lo que su abuelo respondió:
– Solo los más extremistas revientan.
Extremistas como tú pero a la inversa. De copiosas cenas están las
sepulturas llenas; pero de no cenar, muchas más.
– ¡Y dale con la muerte, abuelo! No me
gusta pensar en ella…
– Pues deberías, ya que todos vamos a
terminar en el mismo sitio tarde o temprano.
– A veces se me olvida que la vida es
corta y que pasa muy rápido.
– Muy, muy rápido -susurró nostálgico-. El
sueño es media vida y la otra media… la comida.
– ¿Y por qué no puedo dormir más? -le preguntó Lola con cierta ironía-.
– El comer, como el bailar y el rascar,
todo es empezar.
– Tienes respuesta para todo. Eres un
sabio con patas.
Y entonces -como casi siempre que
emprendían un juego de este estilo- se echaron a reír. Él le tocó a su nieta el
hoyuelo de su barbilla atajando la conversación, de nuevo… ‘en refranero’: Barbilla
partida, hermosura cumplida.
Y sin mediar más palabras, ambos se alzaron de la mesa en dirección a la
cocina para remover la ensalada… como dos locos muy cuerdos.
Laura Belenguer
Periodista, chica de Radio, amante de los libros e intento de escritora
laurabelenguer.wordpress.com
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