LAS MARIONETAS/Ana Palacios

Hace muchos años, en un
lejano lugar llamado Fantasía se utilizaba el teatro de títeres como
entretenimiento y como medio de comunicación.
Una vez realizados,
estos originales muñecos eran guardados en un gran cobertizo y cuando la noche
extendía su manto, según contaban los lugareños, los títeres cobraban vida y
ejercitaban las pruebas necesarias para perfeccionar el papel que les tocaba
realizar en la función.
A las marionetas las ponía en movimiento un
maestro titiritero y como esto ocurría en un lugar fantástico, fantástica era
también la relación entre el artista y
los títeres. Entre ellos existía el pacto de que solo eran exhibidos cuando
estaban preparados; por tanto, era su actitud la que indicaba al maestro cuando
había llegado el momento.
En un lugar destacado
del cobertizo colgaba un grupo de marionetas formado por tres curiosos muñecos
y un terrible dragón. Pese a llevar mucho tiempo allí, no se podían exhibir,
porque sus hilos siempre estaban
enredados.
El titiritero, cada
día, dirigía hacia ellos la mirada y con cierta tristeza comprendía que la
representación con el mensaje que el público necesitaba escuchar debía esperar,
porque todavía no habían aprendido su papel.
En su representación,
los tres títeres debían recorrer un camino tortuoso y estrecho que les conducía
a una puerta vigilada por el feroz dragón. Al otro lado del umbral se decía
que había otra forma de vida, donde las tinieblas daban paso a la luz.
Como todos los demás,
nuestros tres personajes se ejercitaban
al anochecer intentando recorrer
el camino y atravesar la puerta, pero nunca
lo conseguían.
Si lo intentaba el más
frágil (el organismo), el dragón le ofrecía toda serie de experiencias a través
de los sentidos: manjares, placeres, poder y la marioneta sucumbía en su
empresa, pues, además de ser perezoso, la lujuria y la gula
le tenían absorbido. ¡No puedo! se
decía malhumorado mientras regresaba con
sus hilos enredados.
Otras veces era el
títere más fuerte (las emociones) quien se
aventuraba, altivo y dispuesto a vencer al dragón, pero éste le
ofrecía una serie de deseos de los que
no era capaz de abstenerse, pues la envidia, la avaricia y la ira
lo dominaban; cuando se daba cuenta ya
estaba de nuevo enmarañado y volvía con sus compañeros derrotado.
El tercer personaje (la
mente), pensaba con soberbia, esperaré a que se duerma el dragón y lo
conseguiré, soy más listo que mis compañeros. Pero el dragón nunca dormía y
cuando llegaba al portal le presentaba una colección de oportunidades y
pensamientos de superioridad, de dominio y caía de bruces en la trampa,
volviendo desolado.
Una noche, los tres
estaban agotados tras haber fracasado en todos los intentos. El aspecto que
ofrecían era deplorable y los hilos revueltos y anudados parecían dispuestos a
producir su asfixia en cualquier
momento.
Fue entonces cuando decidieron
cambiar de táctica, pensaron que sería mejor relajarse y buscar una solución y
para empezar comenzaron a desenredar sus
hilos.
Cuando el artista que
los movía descubrió que los hilos de nuestros protagonistas estaban
desenredados sonrió y decidió entrenar
al grupo de marionetas ¡el momento, por fin, había llegado !
Con maestría los fue
inspirando, haciendo participar a todos y ayudándolos a comprender que la
puerta la habían de cruzar juntos los tres. Cuando nuestros amigos
comprendieron el mensaje, trabajaban como equipo en busca de un objetivo común,
porque la experiencia les había enseñado que solos y con su técnica, únicamente
conseguían sucumbir en el caos.
Cada día se acercaban
más al portal, pero el dragón los dejaba estar porque no presentaban batalla.
La fiera, al no ejercitarse se iba debilitando hasta que al final ya no los
percibió y los tres títeres triunfantes consiguieron atravesar el portal que
les había de conducir a una nueva forma de vida.
La representación fue
un éxito, el público comprendió el mensaje y desde entonces siempre hay alguien
que se esfuerza por transcender su egoísmo y liberarse de la esclavitud de su
triple personalidad en aras de una causa mayor.
Barcelona
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