EL CUMPLEAÑOS DE ÚRSULA (microrrelato)


La fuerte nevasca azotaba implacable su enjuto rostro cincelado de arrugas por el tiempo y los desengaños, que nunca le faltaron, como nunca llegó a prescindir de aquel chocolate caliente con churros, que su querida Úrsula siempre le preparaba en tardes como aquella, cuando el viento gélido chocaba contra los cristales del ventanal del comedor hasta hacerlos crujir de espanto y él regresaba de sus rutinarios quehaceres en el establo y la granja. 
Esa tarde también se hallaban reunidos esperando impacientes la llegada del abuelo, sus ocho nietos con sus respectivos padres y madres, pues celebraban juntos el aniversario de la abuela Úrsula. Los niños después de un buen rato mirando por el alféizar de la ventana el modo en que aquellos copos de nieve se iban amontonando en el suelo, decidieron abrigarse bien y salir afuera para tirarse bolas de nieve. Era la primera nevada que había caido con tanta intensidad y los niños aprovecharon la ocasión para hacer un muñeco de nieve gigante, al que le adornaron con ramas de abeto, piñas, un gorro y hasta una gruesa zanahoria en la nariz... Sin embargo algo extraño congeló aquella estampa de felicidad y risas.

En cuestión de segundos, el abuelo dio un traspiés quedándose inmovilizado a pocos metros de donde se encontraba aquel corro de infantes abstraídos en sus travesuras y los mayores continuaban los preparativos de la cena familiar. El espeso manto blanco se había encargado de cubrir completamente el cuerpo del anciano hasta hacerlo desaparecer de la vista. Las horas también habían transcurrido sin tener noticia del retraso ya alarmante del buen hombre y todos en la casa decidieron distribuirse por los alrededores de la granja y el establo, haciendo el camino que habitualmente él solía recorrer con el fin de localizarlo. Todo aquel esfuerzo en común resultó en vano, pues no había rastro de él por ninguna parte.

No tuvo tiempo de pedir auxilio, ni siquiera de adivinar que aquella sería la última vez que pisaba aquel helador manto blanco y por el que trágicamente sería engullido sin que nadie lo advirtiera, ni pudiera salvarle de aquella muerte sin anunciar.

Algunas semanas más tarde, cuando se produjo el deshielo, el grupo de policía local levantó el cadáver que asomó a la superficie y avisó a su familia. Nada más verlo, Úrsula se echó a sus brazos sintiendo que se le congelaba el corazón y sus labios al besarle... Incluso hasta su llanto se heló de impotencia a la vez que le nombraba: ¡Emilio, mi amor!

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

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