DOLOR DE MARIPOSAS/María Magdalena Gabetta



Eran tiempos que mejor no recordar, pero la memoria es algo inmanejable, entonces cada tanto volvían a mí imágenes no deseadas, fue así durante largos años, hasta que logré desterrarlas y así fue, hasta hoy, hasta que volví a verla en la calle, como antes, con mariposas amarillas que anunciaban su llegada, como si fuera Primavera y no lo era; era Otoño, árboles de hojas secas cayendo ante la menor brisa, cielos grises y ella; ella rodeada de sus mariposas de dolor, peleada a muerte con el tiempo, no aceptándolo, armando su propio mundo, el mismo que una vez le quitara lo amado, carne de su carne.

Por ese entonces, ella aparecía en el lugar menos pensado; en una calle oscura, en una calle concurrida, en un cementerio solitario y hasta en un teatro o fiesta dónde concurrían los que nunca se enteraban de nada, los que vivían otro mundo, lejano, felizmente ignorante de lo por ella sufrido; incluso yo, que no sabía ni me interesaba de su dolor y menos de un dolor que acompañaban mariposas amarillas, las de una infancia y una juventud que no fueron las mías, y que sin embargo, estuvieron tan cercanas.

Pero no pude con mi genio; era joven, era arriesgada, por eso me atreví a preguntarle, a interesarme en su dolor, a intentar develar su enigma, ese que creí que no me interesaba, o si, no lo sé, porque al fin y al cabo entenderme no era fácil ¿Quién entiende a los jóvenes? ¿Quién entiende a las madres? Pero no obstante, quise saberlo, quizás porque era una soñadora que intentaba averiguar los porqués de lo que mi comprensión o crianza o cómoda ignorancia, no había conocido.

Fue una tarde hace ya tiempo, pero lo recuerdo, las mariposas la acompañaban y yo la tomé de las manos y le pregunté su historia de cabellos blancos y arrugas anticipadas, entonces supe; supe de ideales y de jóvenes diferentes, luchadores, comprometidos con la sociedad y con la Patria; jóvenes perdidos en un mundo destructor, amenazante, maligno. Chupados como en un torbellino de maldad, alejados de sus sueños y de sus raíces. Destruidos.

Durante muchos años me acompañó su historia, dejé de verla, pero su recuerdo me sirvió para cambiar, no sé si para peor o para mejor, pero fue un proceso de madurar diferente, de no callar, de luchar por mis ideas, de no permitir que me avasallaran inculcándome el miedo.

Cambié, me interesé por los demás, por sus carencias, por mi tierra, su historia, mis orígenes. Encontré en la palabra mi herramienta de lucha y enarbolé mis cánticos de libertad. Me sentí parte de esta tierra que no fue la de mis abuelos, pero sí la mía; me sentí al fin parte de un todo que gritaba Patria, cuando otros querían acallarlo o convencerme de que la Patria no existe y que solo es una utopía.

Hoy volví a verla nuevamente, pasaron…. no sé cuantos años, está más vieja, el cabello más cano, las arrugas más profundas, el andar más titubeante; pero aún las mariposas esperanzadas la rodean, aún de su boca se deslizan las mismas palabras, aún está en su búsqueda de huesos amados para darles sepultura y la vi eterna y tuve miedo, por ella, porque no se permitía morir en busca de la paz merecida, porque sabía que no encontraría la paz ni aún muerta, porque eso es lo que les robaron a madres como ella, además de robarles a sus hijos, les robaron, la paz eterna.

María Magdalena Gabetta
Córdoba - ARGENTINA

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