EL REGALO/David Rubio Sánchez
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Apaño las flores del centro de
mesa y doy un paso atrás para contemplar la decoración. Estoy satisfecho. El
mantel, en perfecta combinación con las velas y los pétalos de rosa; los
cubiertos de plata, bien alineados junto a los platos de porcelana y las copas.
Todo está en su sitio. Sin duda, ella se sorprenderá cuando compruebe hasta qué
punto he cambiado.
Miro el reloj de pared. Ya
debe haber recibido mi regalo.
Y pronto volverá a cenar en
casa, otra vez.
Me dirijo a la cocina.
Compruebo que el secreto ibérico ya está en su punto y apago el horno. De
primero, cenaremos mousse de foie y una ensalada de vieiras con frutas. Pero
eso será después, primero brindaremos con champán y tomaremos fresas rellenas
de gelatina de menta. Será mi manera de decirle que estoy dispuesto a darle, a
partir de ahora, todos los matices con los que ella quiere pintar su vida.
No, no puedo recriminarle
que me dejara. Me lo merecía. Permití que la rutina y la apatía apagaran
nuestro amor. Poco a poco, me convertí en un mero compañero de sofá. Ella me lo
había avisado desde hacía tiempo con sus enfados y reprimendas, con esas
discusiones en las que yo agachaba la cabeza y callaba. Tuvo que pedirme el
divorcio para que me diera cuenta de que no eran numeritos de una histérica,
sino lamentos de desamor.
Me pongo el delantal y
comienzo a quitar el corazón de las fresas para rellenarlas con la gelatina.
Después las caramelizaré con azúcar moreno.
Lo último que me dijo, con
esa forma de hablar tan literaria y tan suya, fue: «Eres un hombre de
sustantivos y yo quiero adjetivos en mi vida». Y ella los buscó en los brazos
de otro hombre. Jamás me lo contó. Tuve que enterarme de mala manera hace
apenas una semana, pero ni eso puedo reprocharle. Tendría que haberlo
sospechado desde que sus quejas dieran paso a silencios condescendientes. Más o
menos cuando volvió a fumar.
Al principio, solo eran un
par de cigarrillos diarios a escondidas. Pero los últimos meses, hasta su mismo
perfume olía a nicotina. Sé que debí preguntarle: «¿por qué has vuelto a
fumar?». Pero nunca me atreví. Temía más el circo que pudiera montar que saber
de su inquietud o ansiedad.
Termino de preparar
las fresas y dejo el mandil sobre el espaldar de una silla.
No puedo negar que,
cuando me enteré de que tenía un amante, me dolió. Me dolió hasta darme cuenta
de que no podía vivir sin ella.
Pero todo eso ya es
pasado. Junto con el regalo que le he enviado hoy, iba una carta de amor. Al
leerla, habrá comprobado cuánto deseo comenzar de nuevo, desde esta misma
noche.
Salgo al comedor.
Vierto un poco de perfume en mi mano y lo esparzo por la estancia con los
dedos, después cojo el bote que contiene los pétalos de rosa y me dirijo al
dormitorio.
Mientras compongo un corazón
con ellos, imagino el momento en el que ella se vuelva a acostar en esta cama.
Será después de la cena. Primero bailaremos, despacito, muy pegados, al son de
su canción favorita. Después recorreré su cuello con los labios y arremangaré,
poco a poco, su vestido. Notará mi miembro tan duro como la primera vez. La
llevaré por el pasillo entre besos y chupetones. No esperaré a llegar a la cama
para penetrarla. Jadeará como nunca la haya hecho jadear su amante.
De vuelta al salón,
me sirvo un whisky y me siento en el sofá, a esperar su llegada. Cuando abra la
puerta iré a su encuentro, en silencio, y le daré un beso en los labios.
Después le pediré su abrigo y le ofreceré las fresas. Y jamás volveremos a
mencionar a su amante.
Eso es lo que pasará.
Porque cuando haya
quitado el envoltorio de mi regalo, y abierto la caja de cartón, habrá visto el
corazón todavía sangrante del hombre por el que me dejó. Habrá sentido asco, es
posible que hasta haya vomitado, y seguro que habrá llorado.
Pero después de todo eso,
tras leer mi carta, habrá comprendido por qué lo hice y la llama del amor que
sintió por mí habrá prendido de nuevo.
Vendrá a la cena
feliz, porque el hombre con el que se casó, aquel que estaba dispuesto a matar
por ella, ha vuelto.
San Adrián del Besós
Barcelona
Este relato corto de David Rubio, nos adentra en la psique humana, en los recovecos oscuros de la mente. Lo resumiría en ·"Nada es lo que parece". Confío en que colabores en éste tu blog todas las veces que quieras. Un abrazo literario.
ResponderEliminarGracias, Dolores. Te aseguro que el honor es mio por permitirme participar en él. Un abrazo!
Eliminar«Eres un hombre de sustantivos y yo quiero adjetivos en mi vida». Me encanta cuando David crea esa frase, uno de los mejores escritores que conozco por la red.
ResponderEliminarSiempre relatos llenos de matices y un estupendo libro publicado.
Saludos para tertulia y David.
Gracias, Miguel. Un fuerte abrazo!
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