ESTIMADO SEÑOR MONTGOMERY/L. G. Morgan
Estimado
señor Montgomery:
Nunca
me atrevería a molestarle y abusar de su tiempo como estoy haciendo ahora de no
ser por la gravedad del asunto que traigo entre manos. Ya me hago cargo de la
cantidad de cartas de lectores que recibirá a lo largo del día, gente que
admira sus novelas, su buen hacer como escritor, el suspense que les pone...
Pero el motivo de mi misiva es bien distinto. Y no es que yo no aprecie su
talento, no, por Dios. Para mi no cabe duda de que tiene usted un auténtico don
literario, que va incluso más allá de lo que admite la crítica, a pesar de que
le mima, o las ventas, de las que según me consta puede sentirse
orgulloso. Lo que yo quiero aquí, sin embargo, es hablarle de un personaje, un
hijo de su pluma podríamos decir: el detective Perry Wilson, del que estoy
absoluta y profundamente enamorada desde hace años. Y decirle de paso, mi buen
señor, que ha arruinado usted mi vida por completo. Que ya sé que no era esa su
intención. No crea que le guardo ningún rencor ni pido venganza ni nada
parecido. Pero eso no impide, me temo, que tenga que hacerle responsable, a
usted y solo a usted, de mi desdicha. Yo soy una señora mayor, que no vieja, y
podría vivir feliz, según presumo, de no haber sido por causa de usted y su
obrar negligente.
He
visto transcurrir casi toda mi vida en compañía de Perry (me permitirá que le
llame por su nombre de pila solamente), hemos crecido juntos, hemos reído y
sufrido y soñado los mismos sueños. Desde aquellos primeros años mozos de Asesinato bajo el sol de Grecia, donde
le conocí. Cuando empezaba a despuntar su talento y se lanzaba por primera vez
a la carrera de detective que tantos éxitos habría de reportarle. Viajé con él
en aquellos trenes destartalados, conduje a su lado peligrosamente por las
calles abarrotadas de Atenas y surqué en ferry el Egeo buscando pistas.
Después, con Nunca es tarde para la
verdad, creció nuestra intimidad y supe que estábamos hechos el uno para el
otro. Para mí no habría nadie más, lo comprendí enseguida, ningún hombre tan
sagaz, tan enérgico. Luego vendrían El
Espejo, París la nuit, Amanecer en Estambul y El Coleccionista de Berlín. Y nuestra
dicha juntos no haría sino crecer. Cada caso y cada investigación, el trabajo
hasta altas horas de la noche, las privaciones, las horas fructíferas de
deducción... Todo nos acercaba inexorablemente. Y luego tantas y tantas novelas
que compartir, más románticas unas, más intrigantes las otras, pero todas
importantes.
Pero
no vaya a pensar que estoy loca, yo distingo perfectamente la realidad de la
ficción y sé que un personaje literario, por verdadero que a mí me pueda
parecer, es solo un invento de la imaginación de alguien. Sé también que es su
trabajo, lo que le gusta hacer y por lo que le pagan. Pero señor mío, y ahí
comienza su responsabilidad, nadie le mandaba hacerlo tan bien. Que creara un
hombre tan encantador, misterioso y atractivo que cualquier mujer tuviera por
fuerza que enamorarse perdidamente. Dotándole de cualidades que ninguno de
carne y hueso podría tener y animándole con un don de palabra aún mucho más
escaso. Dándole siempre la expresión justa. Haciéndole decir la clase de cosas
que a las mujeres nos gusta oír. ¡Y cómo escucha! Solo hay que leer lo que discurre
para saber que no es fingido, que no está pensando en cómo acabará la liga o
qué día toca la próxima revisión del coche cuando su fiel secretaria, o su
hermana, o la clienta de turno, le cuentan lo solas que están, sus cuitas y sus
desvelos. Comprenderá ahora la gravedad de lo que ha hecho, creando este sueño,
esta quimera, este hombre imposible. Se hará cargo de que después de conocerle
no haya existido otro para mí. Ninguno que tuviese siquiera una pizca de su
clase, su hombría y su valor. Cómo podría contemplar nadie la posibilidad de
cualquier otra relación. Y eso que hubo un momento, con La divina pasajera, en que creí llegado el final del idilio. Sí,
por un momento alcancé a pensar que era el fin de lo nuestro y que aquel galés,
de elegante atuendo, que ejercía esa tiranía amorosa sobre mí sin esfuerzo, se
alejaría de mi vida para siempre. Su primera infidelidad seria tuvo ese efecto.
Pero fue una duda efímera, de nuevo por culpa suya, pues al final de la novela
él decidió que no podía atarse a ella, se lo impedía algo vital: otra mujer. Y,
claro, yo le perdoné.
Con
Luces sobre Manhattan recuperamos lo
perdido, juntos y cómplices de nuevo, esperando el siguiente libro, la
siguiente aventura, el próximo viaje, como quien espera cada año las vacaciones
de verano.
Y
con esto llegamos, señor Montgomery, al verdadero meollo de la cuestión que le
expongo. Le he contado todo esto para que usted comprenda, para que asuma con
simpatía lo legítimo de la petición que me propongo hacerle y me dé la
satisfacción que creo está en su mano y que me he ganado a fuerza de fidelidad
y entrega: lo que yo quiero, señor Montgomery, es que lo mate. Quiero que
asesine a Perry, que le dé una muerte honrosa y en cumplimiento del deber, para
que yo pueda sentirme una viuda normal. Porque no concibo otra forma de ser
libre. Yo no puedo dejarlo, entiéndalo usted, lo he probado todo pero siempre
vuelvo a su lado. Y he pensado que quedándome viuda, aunque pueda parecer sin
duda una gran desgracia, alcanzaré por fin la libertad que anhelo y podré irme,
como una jubilada más, de excursión con las amigas a Benidorm, a los bailes del
club, a los cursos de arte de los que me mandan folletos y, quién sabe, tal vez
conocer a un hombre agradable que, aunque nunca llegue a alcanzar la valía de
mi difunto y literario esposo, me haga más agradable y acompañada esta parte de
la vida que me queda.
No
quiero molestarle más. Esperando una comprensiva respuesta por su parte me
despido.
Suya
afectísima: Anaïs Núñez Miranda
L. G. MORGAN
Madrid,
1969. Escritora y psicóloga clínica.
Debutó en solitario en 2013 con la antología «Entremundos»
(Saco de Huesos), después de unos cuantos años participando en publicaciones
colectivas de distinto género como Calabazas en el Trastero III,
V y XIX (Saco de Huesos); las antologías de relato histórico Hislibris III,
IV, V y VI (Ediciones
Evohé); Fantasmas, espectros y
apariciones (La Pastilla Roja); la
antología steampunk Planes B (vol. 2) y La sombra de Polidori II y
III (Saco de Huesos).
Ha participado en los proyectos Crucero por el amor y la muerte y 5 años de Relatopía, con sus compañeros del club
de relato corto Relatopía. Y en calidad de prologuista en Hasta siempre, princesas (Libralia).
Ha sido galardonada en diferentes
certámenes: Premio
Nosferatu, II
Certamen del Círculo de Escritores Errantes, Focus on Women, XV Certamen Villa
de Mijas, V
Concurso La Revelación y III Concurso Homenaje a John William Polidori
(Brujería). Y ha participado como jurado en el VII Concurso de Relato Histórico
Hislibris.
Dirigió
durante dos años un blog interactivo de nombre «Destino, un proyecto de
Literatura en vivo», y ahora administra uno personal llamado «Literatura con
estrógenos».
En 2014
vio la luz su primera novela, «La casa de los cerezos»; en 2016 publicó una
segunda, «Útero», en un blog creado a tal fin; y se embarcó en un programa de
radio-teatro: La Vieja Sirena, que recorrió los mares de las ondas durante todo
un año. En los últimos tiempos ha diseñado y dirigido varias performances y en
marzo de 2018 lanza «El Pacto», una novela de género fantástico que había sido finalista
en el Premio Dagón 2017 y que por fin ahora ve la luz en formato físico y
digital.
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